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de la pluma y el sacerdote apóstol de la caridad
obtuvieron la admiración y los homenajes. Hay
puntos de contacto entre estos dos hombres
gloriosos en la Iglesia, bienhechores de la
sociedad y, aun cuando lucharon en campo diverso y
con distintas armas, sin embargo, los dos sacaron
de la misma fuente la vida, que les ha hecho
grandes, y el vigor de su actividad. Puesto que la
voz pública los ha asociado en la gloria, en la
Babilonia francesa, permítasenos tocar rápidamente
los puntos de semejanza entre estos dos hombres
eminentes.
Uno y otro proceden de familia humilde y de
apariencias modestas, dotados de inteligencia
despierta y vigorosa, de corazón magnánimo y
carácter inquebrantable. Pero su grandeza tiene el
cimiento en la fe; no los apoya el mundo, no
cuentan con la protección de los poderosos, ni con
el auxilio de los gobiernos; y, sin embargo, sus
obras son tan grandiosas que los gobiernos de
Italia y de Francia no supieron hacer nada que se
les asemeje y Napoleón III dio a Veuillot el gran
testimonio de su temor;
el Gobierno italiano, que odia al clero y a la
Iglesia, respeta los institutos de don Bosco, de
la misma manera que las fieras lamían, a veces,
con reverencia y respeto al mártir entregado a sus
colmillos y a sus garras.
Diversa es la misión y el campo de labor de
estos dos hombres suscitados por la Providencia,
pero el espíritu se armoniza admirablemente y
conduce su trabajo a un mismo intento: salvar a la
sociedad de la Revolución para llevarla a Dios. El
italiano es llamado, en el campo de la caridad, a
sacar las almas de la corrupción, a bendecir, a
confesar, a apacentar, a recoger en los colegios a
la juventud, que el estado y la sociedad egoísta
abandonan en las plazas, como presa de la
ignorancia, de la miseria y del vicio. Don Bosco
no tiene voz para hablar a un gran auditorio, no
es una figura majestuosa, sin embargo, París se ha
volcado a su alrededor y el nombre de don Bosco
corre en boca de todos: <<>>Dónde está?, >>qué
hace?>>. Todos van a él, porque quieren su
bendición, quieren oír su palabra, quieren
encomendarse ((**It16.495**)) a sus
oraciones. >>Qué es esta fuerza mágica, que causa
tanta admiración y tan espléndidos homenajes? Es
la caridad cristiana.
Ahora bien, hace pocos días este mismo pueblo,
estos mismos labios aclamaban a Luis Veuillot. El
francés era un seglar, era un pensador, un
escritor, un periodista. <>, escribió uno de sus admiradores;
tenía una generosidad ilimitada, han afirmado los
que la han experimentado; tenía un corazón
sencillo, ingenuo, dulce, angelical, confiesan los
que le han conocido; pero Dios le había llamado a
una misión especialísima para nuestros tiempos. El
fue llamado a luchar en el campo de las
inteligencias, a luchar contra la revolución
docta, a arrancar las inteligencias de la
esclavitud del error. Su trabajo fue esencialmente
batallador, precisamente por ser especulativo: su
combate, fue agresivo, porque los derechos de la
verdad son incontrastables y no están sujetos a
ninguna colisión contra el error. Y fue tanto más
terrible cuanto más especiales eran las
condiciones en que encontró el error y los
partidarios de las falsas doctrinas. Fue acusado
de hombre iracundo, fue denunciada la amargura de
los golpes, con que separaba netamente la verdad
del error; pero >>quién no sabe que, en el terreno
de las especulaciones y de las teorías, la verdad
no conoce la caridad, la verdad es intransigente,
es decir, es inmaculada y cándida como la fuente
divina de donde mana?
Los acusadores pasaron, los transigentes, los
católicos liberales, los <>, todos
los que amaron las aguas turbias pasaron. París y
toda Francia, rinden hoy homenaje a la grande y
dulcísima alma de Luis Veuillot, que ha igualado
en caridad y dulzura a don Bosco. Aquél se batió
contra el enemigo para que soltara la presa, y
éste la recogió cuando la abandonó el enemigo;
aquél señalaba las fuentes envenenadas,
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