((**Es16.404**)
Mesina, número treinta y cuatro, en coche. Llegué
entre la una y media y las dos. Pregunté al
portero por la señora Condesa de Combaud.
->>Es por don Bosco?, interrumpió la mujer del
portero.
((**It16.486**)) -No,
respondí; pregunto por la señora Condesa; tengo
que hablar con ella.
-Entonces, suba; vamos a anunciárselo.
El sirviente que salió a abrir me puso todavía
algunas dificultades. Insistí y, finalmente,
entré.
La señora de Combaud llegó inmediatamente con
su hija. Un recibimiento muy afable. Sin embargo,
en el primer momento, se me quiso enviar a la
calle Ville-l'Evêque. Pero aquellas señoras
comprendieron inmediatamente que iba a perder el
tiempo. No hay quien encuentre a don Bosco. Sale
de casa a las siete de la mañana y no regresa
hasta las once y media de la noche, agobiado de
cansancio.
-Venga, me dijo la madre, puesto que tiene
usted un asunto importante que tratar con él; yo
me las voy a arreglar para que lo consiga. Mañana
por la mañana, viernes, va a celebrar misa lejos
de aquí. Venga usted a las siete. Yo le prepararé
un coche con dos asientos nada más; usted montará
con él y, durante una media hora, por lo menos,
podrá hablar con él cómodamente. Es la única forma
de poderle abordar. Además, usted le tendrá por la
mañana, lo cual es una ventaja, ya que, por la
noche, viene fatigadísimo y casi no puede
articular ni oír palabra. Así, pues, hasta
mañana...
Se lo agradecí mucho a ambas señoras y me
despedí.
F. ANDRES MOCQUEREAU
B
Reverendísimo Padre 1:
Le escribo desde la casa de mi hermana, adonde
llegué ayer tarde. Apenas llegué a París, el
miércoles pasado, me dirigí a casa de la señora de
Combaud, avenida de Mesina, para rogarla me
facilitase poder entrevistarme con don Bosco.
Esta señora me recibió muy cordialmente y me
aseguró que resultaba muy difícil abordar a este
santo varón. Me indicó, sin embargo, un medio
excelente. Me autorizó para presentarme en su casa
al día siguiente a las siete de la mañana.
-Don Bosco, me dijo, va a celebrar misa
bastante lejos de aquí. Usted se montará con él en
el coche y así podrá hablarle fácilmente.
Y así, en efecto, sucedió. Durante una media
hora, le pude hablar a mis anchas y exponerle el
motivo de mi viaje. Le daré una bendición
especial, me dijo, luego en la sacristía. Rece
diariamente tres padrenuestros, tres avemarías,
tres glorias y la invocación a la Virgen Auxilio
de los Cristianos. Le doy también una medalla.
Me dio después unas intenciones de misas, que
yo acepté, ((**It16.487**)) y me
dijo sonriendo que intentara cantar la misa del
domingo próximo.
Al llegar a la sacristía de la casa religiosa
adonde íbamos, hizo que me arrodillara ante una
estatuita de la Virgen y recitó de pie a mi lado
un padrenuestro, una avemaría, un gloria y otras
oraciones. Después, me puso la mano en la garganta
y me
1 Al abad, don Couturier.
(**Es16.404**))
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