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estampas, etc. Una señora escritora nos entregó su
pluma para que se la bendijera; otras nos han
traído plumas nuevas para que don Bosco las usara
firmando autógrafos y quedárselas después como
reliquias; otras, más avispadas, mientras el santo
se ve rodeado de gente, en el momento de la
bendición general, le cortan mechones de cabellos
o trocitos de su sotana. Yo distribuyo, en la
puerta de la salida, Boletines Salesianos para
hacer conocer la obra de don Bosco. íCuántos
pequeños <>
hubiéramos podido colocar así! Pero la gran
delicadeza de la señorita de Sénislhac no nos
permitió aprovechar esta circunstancia.
Un librero, al advertir que se entregaban como
billetes de entrada unos sencillos ((**It16.480**))
papeles en blanco, nos ha enviado, y nos sigue
enviando, cada día un paquete de tarjetas suyas:
por un lado, está su dirección y los libros de don
Bosco de los que él es depositario; y, por el
otro, yo escribo el día de la audiencia y el
número de orden. Nadie puede hacerse idea de la
prisa de la gente, a la una de la tarde, para
alcanzar el primer puesto en la dichosa mesa de
inscripción. En medio de muchas señoras deseosas
de visitar a don Bosco y que alegan, para
conseguir su plan, toda clase de títulos y
recomendaciones posibles, hay una gran masa que
viene empujada por inconsciente curiosidad. En el
momento de entrar, se nos hacen preguntas como
éstas: <<>>Qué es lo que se dice?... >>Cómo se le
habla a don Bosco?... >>Qué curaciones obra don
Bosco?... >>Hay que hablarle de rodillas?...,
etc.>>
Viernes, 27. Recibimos hoy a monseñor Perraud.
Poco antes de su llegada, la señora de Bouillé ha
venido provista de una tarjeta, en la que el señor
Cura Párroco de la Madeleine nos ruega obtengamos
de don Bosco que haga una visita al nieto de los
dos Bouillé, muertos en Patay, enarbolando la
bandera del Sagrado Corazón. La tarjeta estaba
humedecida por las lágrimas de la afligida señora,
que me contó que el niño era víctima de la fiebre
tifoidea y los médicos no daban ninguna esperanza
de curación. Me pidió agua de Lourdes que yo le
di, prometiéndole hacer lo posible ante don Bosco,
y, acordándome de lo que sucedió ayer con la
señora de St.-Phalle y una enferma, le dije que
haría bien, en enviar hacia las cinco de la tarde,
una persona de su familia y un coche para
trasladar al santo varón. Habiendo solicitado
audiencia los reverendos padres Godard y Lenoir,
introduje al padre Lenoir; no pude hacer otro
tanto con el padre Godard: el reverendo De Barruel
estuvo tremendo. Hacia la mitad de la audiencia,
subió para revisar la correspondencia de don
Bosco; yo le dejé en su trabajo y pensando no
tardar en presentarle la súplica de la señora de
Bouillé. Estaba en mi puesto, cuando me llamó la
atención una animada conversación en el fondo de
la escalera. De repente una señora se acercó a mí,
totalmente descompuesta, lanzando lamentables
gemidos que suscitaron la compasión de la
muchedumbre que llenaba la antesala. Era la
duquesa Salviati, cuya encantadora hija, de
dieciséis años de edad, estaba entrando en agonía.
Quería llegar hasta el reverendo De Barruel y
obtener a toda costa la visita de don Bosco. Tras
algunas vacilaciones, fui finalmente a buscar al
secretario, que llegó para ser testigo de una
escena de lágrimas y prometer la solicitada
visita. Al marcharse la señora, acudí al reverendo
De Barruel para presentarle la súplica en favor de
los Bouillé y la tarjeta del señor cura párroco de
la Madeleine. Apenas si me escuchó y rehusó la
súplica en términos que no dejaban la posibilidad
de insistir. Pero yo confiaba en que mi pequeño
consejo sería seguido. En efecto, a las cinco y
media de la tarde se detuvo un carruaje en el
patio; el tío del jovencito enfermo, acompañado
del padre Argant, se acercó a mí... >>Cómo hacer
para interrumpir la audiencia? Don Bosco estaba
allí desde hacía apenas ((**It16.481**)) una
hora y le aguardaban más de cien personas después
del mediodía. El reverendo De Barruel, presente en
el descansillo, se mantenía inflexible como una
roca ante el
(**Es16.399**))
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