((**Es16.397**)
Cuando, antes de marcharse, entró don Bosco en el
salón para dar la bendición general, sufrió un
tremendo atropello. Se precipitaron sobre él. Unos
gritaban: -Padre, mi hijo tiene el tifus... Padre,
tengo un tumor... Padre, mi hijo me da
disgustos...
Otros decían: -Yo tengo esto, yo lo otro, etc.
Los había que, provistos de tijeras, aprovechaban
la confusión de la multitud, que oprimía al Santo,
para cortar retazos de su sotana y así hacerse con
reliquias. Estuvimos, por lo menos, ocho horas de
pie.
Sábado, 21. Hubo la misma afluencia, pero
organizada y con orden. No fue como ayer. Se
dieron números y se obligó a todos a registrar sus
nombres.
La primera audiencia fue para la familia Le
Conédic. La multitud fue igualmente distinguida.
Se nos hicieron las preguntas más curiosas. -<<>>A
qué orden pertenecen ustedes? -A la de los buenos
cristianos, respondió una de nosotras. ->>A qué se
dedican? -A recibirles a ustedes. -Dígame, >>qué
casa hospitalaria es ésta en la que estoy... -Está
en casa de la señorita Sénislhac, etc.>>
El abate Sire de San Sulpicio hizo una larga
espera; él y una señora que le acompañaba me
propusieron relevarme un rato en la tarea. Yo les
agradecí su interesado favor.
Vino un cura con su ama, en un tiempo inventora
de un fusil perfeccionado que a toda costa quería
que don Bosco lo bendijera. Ambos querían pasar
saltándose el orden establecido. No se lo
permitimos.
Desde que comenzó la audiencia, la señorita
Jacquier, provista de la doble lista hecha a la
entrada de las personas, iba llamando los números
correspondientes a los nombres. Yo, por mi parte,
hacía entrar por una puertecita a las personas
provistas de una tarjeta de don Bosco o de un
papel del padre De Barruel, solicitando la entrada
inmediata. Así hacía entrar también a las personas
enfermas o recomendadas por nuestras amistades.
Esto no siempre era fácil, porque cuando se daban
cuenta en el salón, de estas pequeñas tretas se
producían grandes protestas. Estaban todos alerta
a la trampa. Nosotras entreabrimos de cuando en
cuando, cada una nuestra puerta para hacernos
signos de inteligencia. Esto hace sonreír al buen
don Bosco que recibe, con inalterable paciencia, a
cansados e importunos.
((**It16.478**)) Esta
tarde, al final de la audiencia, ya cerca de las
nueve, unas sesenta familias habían tenido su
entrevista particular. Cuando quedamos solas con
las pocas personas que acompañan al Santo, nos
arrodillamos a cada lado de la mesa para pedir al
Padre su bendición. Nos bendijo y nos dijo que
somos sus dos ángeles custodios.
Domingo, 22. Desde las seis de la mañana,
reclaman a don Bosco. >>Es posible aguantar tanto?
La señora de Combaud ha sido muy amable: se nos ha
presentado y, al vernos en tal aprieto, comprendió
que no nos sería posible a nosotras mismas ver a
don Bosco a nuestro gusto y puso su casa a nuestra
disposición.
El abate Sire ha pasado una gran parte de la
jornada esperando turno. Lo observaba todo y no
cesó de pasear por el salón y por la antesala. Me
enseñó un espléndido tomo con la traducción del
dogma de la Inmaculada Concepción que acababa de
hacer y que va a enviar a Roma. Se trata de un
magnífico trabajo de grabados en color; hay
páginas que han costado varios miles de francos.
El volumen en cuestión contiene la traducción del
Dogma en los diferentes dialectos provinciales de
Aunís 1; lo ofrece la ciudad de La Rochelle. Una
deliciosa página, entre otras, representa a dos
1 Aunís: antigua provincia de Francia, que
perteneció a los duques de Aquitania y Plantagenêt
y se unió a la corona el año 1271 ; su capital es
La Rochelle; hoy forma parte de los departamentos
de la Charente-Maritime y Deux-SŠvres. (N. del
T.).
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