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sino que la dijo privadamente. Se había puesto ya
el amito, cuando el estudiante Amílcar Bertolucci,
que iba a ayudar la misa, le pidió con la mayor
confianza que le confesara. El Director lo
reprendió, pero don Bosco le dijo:
-Sí, sí.
Y, al punto, se quitó el amito, lo colocó en su
sitio y se sentó. Acabada la confesión le dijo:
-Que estés alegre, pues nos volveremos a ver.
Se volvieron a ver, en efecto, dos años más
tarde en San Benigno y don Bosco recordó enseguida
la palabra que le había dicho.
El muchacho estaba allí para hacerse Salesiano.
Multa tulit fecitque puer, mucho le costó y mucho
tuvo que hacer el chico para seguir su vocación;
pero don Bosco lo asistió en la lucha con los
suyos y le obtuvo con sus oraciones que alcanzara
una dificilísima victoria. Don Amílcar Bertolucci,
hace siete años, que arrastra una vida de
sufrimientos y oración, atormentado por una
terrible forma de artritismo.
Después de hacer unas visitas en San Remo, el
Santo salió para Vallecrosia el día trece. Y,
hasta este punto del viaje, no nos fue posible
tener más noticias.
En Vallecrosia, por culpa de un celo indiscreto
de gente mal informada, habían aparecido nubes
siniestras que ensombrecían las buenas relaciones
entre el Obispo de Ventimiglia y el Director de la
casa. Se daba a entender a Monseñor que la obra de
los Salesianos se iba desacreditando frente a la
actividad de los Valdenses. El Obispo, aceptando
como pura verdad cuanto le contaban, había escrito
lamentándose a don Bosco, el cual se lo comunicó a
don Nicolás Cibrario. No le costó mucho a éste
justificarse ((**It16.36**)) a sí
mismo y a sus hermanos de las acusaciones
gratuitas, hijas de alguna lengua viperina,
acostumbrada a hablar mal de los Salesianos 1. Don
Bosco quiso poner personalmente las cosas en su
punto, se apresuró a ir con don Celestino Durando
al Obispo, con quien se entretuvo hasta muy
avanzada la tarde.
Al regreso, tuvo un alegre e inesperado
encuentro. Después de buscar inútilmente un coche,
fue preciso resignarse a volver a pie. Había
llovido mucho durante el día, de modo que, a la
creciente obscuridad se añadía el barro del
camino, que dificultaba la marcha al llegar a
ciertos puntos donde la débil vista del Siervo de
Dios no le permitía ver dónde tenía que poner el
pie. Mas he aquí, que se plantó
1 Véase Apéndice, doc. núm. 14.(**Es16.39**))
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