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Se hizo pasar por miembro de la Sociedad Obrera
Católica, como en efecto lo era, y declaróse
interesado por la venta de aquel libro. El
canónigo Chiuso lo recibió con benevolencia.
Ghiglione le rogó tuviese a bien aprobar aquel
librito, porque, según decía, le urgía mucho una
segunda edición y no tenía ningún otro ejemplar en
Turín. El Canónigo echó una mirada descuidadamente
a aquellas páginas y dijo a Ghiglione:
-íYa lo veremos!
-Pero yo tendría mucha prisa.
-íPase por aquí esta tarde!
Ghiglione volvió aquella tarde. El Canónigo
parecía molesto.
-íPerdone!, le dijo, he tenido mucho que hacer
hoy. No he tenido tiempo; pero lo examinaré.
Vuelva mañana a tal hora.
Ghiglione volvió el día siguiente a la hora
fijada. Los de la Curia se apresuraron a decirle:
-El señor Vicario no está. Ha ido al coro.
-Pero es que me aseguró que viniese a esta hora
y me atendería.
-No sabría qué decirle, porque ha dicho que
esta mañana no volvería. Se habrá olvidado de la
cita que le ha dado. Hay que tener paciencia.
-Paciencia hasta cierto punto. Es la tercera
vez que vengo aquí y me toca andar muchísimo.
Además, tengo mis asuntos. Podrían ustedes ponerme
en la tentación de prescindir de sus licencias.
-Vaya, vaya; vuelva después de la comida y verá
que el Vicario estará aquí.
Ghiglione rehizo el camino por la tarde. El
canónigo Chiuso estaba en su despacho hablando con
el profesor Anfossi. Chiglione tuvo que ((**It16.460**))
aguardar. Por fin, fue recibido. Parecía que el
Canónigo buscaba todavía más pretextos.
-Pero es que yo tengo trabajo y no puedo perder
tiempo; soy un obrero y nadie me paga el jornal,
si paso el tiempo dando vueltas de un lado para
otro, exclamó Ghiglione. Si no quieren aprobarlo,
díganmelo, y lo mandaré imprimir en otra parte.
-Bien, bien, contestó el Canónigo.
Buscó el librito en un montón de papeles, lo
tomó, lo hojeó, se levantó y dijo:
-Ya está visto... puede imprimirse... pero ese
título... íDios nuestro!... Nada tengo que
decir... íEse nuestro Rey! >>Por qué ese título?
>>Qué es eso de nuestro Rey?
-Perdone, contestó Ghiglione, >>no es
Jesucristo nuestro Rey?
-Bien está... sí, sí...; mas, si se pudiese
cambiar el título...
->>Pero, es nuestro Rey o no lo es? Perdone, yo
siempre he oído decir que lo es; lo decimos todos
los días, Tu Rex gloriae, Christe. Y lo dice
también el Catecismo: <>. >>No equivale el título de Señor al de
Rey? Además, mire usted, ya tiene el visado de la
Curia de Génova, la cual no hubiera aprobado un
error. Esta aprobación me bastaría; podría
mandarlo imprimir en Génova;pero deseo hacerlo
imprimir aquí para mi comodidad.
-Si ya tiene el visto bueno de la Curia de
Génova, hágalo.
-Además, mire usted; tengo ya la plancha
estereotípica hecha; y si hubiese de cambiar el
título, tendría que volver a fundirla, y
comprenderá que es un gasto más.
El canónigo Chiuso firmó la aprobación.
Ghiglione, que suspiraba por el momento de tener
en sus manos aquella firma, tan pronto como la
obtuvo, se despidió y se dispuso a salir. En aquel
instante el canónigo Chiuso tuvo una idea
inesperada y exclamó llamándolo.
-Oiga, joven.
Ghiglione volvió atrás.
->>Es usted tal vez de don Bosco?
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