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veces con este sencillo artificio. El avergonzar
en público debe quedar como remedio extremo.
Algunas veces, servíos de otra persona de
autoridad para que lo avise y le diga lo que no
podéis y quisierais decirle vosotros mismos; que
le cure la vergüenza que siente y lo disponga a
volver a vosotros; buscad a aquél, con quien el
muchacho pueda abrir más libremente su corazón y
descargar su pena, ya que, tal vez, no se atreve a
hacerlo con vosotros, porque duda de que se le
prestará fe, o porque el orgullo lo induzca a
creer que no lo debe hacer. Sean estos medios como
los discípulos que Jesús solía enviar delante de
él para prepararle el camino.
Hágase ver que no se quiere más sumisión que la
razonable y necesaria. Esforzaos por actuar de
manera que el culpable se condene por sí mismo y
no quede por hacer más que mitigar el castigo
aceptado por él. Una última recomendación me queda
por haceros, sobre este tema. Cuando logréis ganar
este ánimo indomable, os ruego que no sólo le
dejéis la esperanza de vuestro perdón, sino
también la de que él podrá, con una buena
conducta, borrar la mancha que hizo con sus
faltas.
4. ° Conducíos de modo que dejéis al culpable
la esperanza de poder ser perdonado.
Hay que evitar la angustia y el temor inspirado
por la corrección y añadir una palabra de aliento
y consuelo. Olvidar y hacer que se olviden los
tristes días de sus yerros es el arte supremo de
un buen educador. No se lee que el buen Jesús haya
recordado a la Magdalena sus extravíos; asimismo
es sabido con qué delicadeza paternal hizo que san
Pedro confesara y se arrepintiera de su debilidad.
También el niño quiere quedar convencido de que su
superior tiene firme esperanza de su enmienda; y
sentir de este modo que su caritativa mano de
padre lo vuelve a colocar en el camino de la
virtud. Se obtendrá más con una mirada de caridad,
con una palabra de aliento, que preste confianza a
su corazón, que con muchos reproches, los cuales
no hacen más que inquietar y acobardar su vigor.
He visto con este método verdaderos conversiones,
que parecían imposibles de otro modo. Sé que
algunos de mis más queridos hijos no se ruborizan
por confesar que fueron ganados de esta manera
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la Congregación y, por consiguiente, para Dios.
Todos los jovencitos tienen sus días peligrosos y
ílos tenéis también vosotros! Y íay de nosotros,
si no nos esmeramos en ayudarlos para pasarlos
aprisa y sin reproches! A veces basta hacerle
creer que no se piensa que haya procedido con
malicia para impedir que recaiga en la misma
falta. Serán culpables, pero desean que no se los
tenga por tales. íDichosos nosotros, si sabemos
servirnos también de este medio para educar a
estos pobres corazones! Tened por cierto, queridos
hijos míos, que este arte, que parece tan fácil y
tan impropio para lograr buenos efectos, hará
provechoso vuestro ministerio y os ganará ciertos
corazones, que fueron y serían mucho tiempo
incapaces, no sólo de buen resultado, sino hasta
de buenas esperanzas.
5.° Qué castigos deben emplearse y por quién.
Pero, >>es que nunca habrá que castigar? Sé,
queridos míos, que el Señor quiso compararse a una
vara vigilante, virga vígilans, para apartarnos
del pecado, aun por miedo al castigo. Por lo
tanto, también nosotros podemos y debemos imitar
con mesura y sensatez la conducta que Dios quiso
trazarnos con esta eficaz figura. Empleemos, pues,
esta vara, pero sepamos hacerlo con inteligencia y
caridad, para que nuestro castigo sirva para
mejorar al educando.
Recordemos que la fuerza castiga al vicio, pero
no cura al vicioso. No se cultiva la planta,
tratándola con ruda violencia, y tampoco se educa
la voluntad, cargándola
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