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mandar, aprendamos antes a obedecer y procuremos
hacernos amar antes que temer.
Y, cuando la reprensión es necesaria y hay que
cambiar de sistema, ante ciertos caracteres, que
es forzoso domar con el rigor, es preciso saber
hacerlo de manera que no se trasluzca señal alguna
de pasión. Y aquí viene espontánea la segunda
recomendación, que yo titulo así:
2. ° Procurad escoger el momento oportuno para
las correcciones.
Cada cosa a su tiempo, dijo el Espíritu Santo,
y yo os digo que, cuando se presenta una de estas
necesidades, se precisa también una gran prudencia
para saber elegir el momento oportuno de la
reprensión, ya que las enfermedades del alma deben
ser tratadas, al menos, como las del cuerpo. No
hay nada más peligroso que un remedio mal aplicado
o a destiempo. Un médico sapiente aguarda a que el
enfermo se halle en condiciones para que se le
aplique, y espera para ello el instante favorable.
Y nosotros podremos conocerlo por la experiencia
perfeccionada con la bondad del corazón. Esperad,
ante todo, a ser dueños de vosotros mismos, no
deis a conocer que obráis impulsados ((**It16.442**)) por el
mal humor o la cólera, porque entonces perderíais
vuestra autoridad, y el castigo resultaría
perjudicial.
Recuerdan los profanos el famoso dicho de
Sócrates a un esclavo, del que no estaba contento:
Si no estuviese enfadado, te pegaría. Los pequeños
observadores, como son nuestros alumnos, captan
inmediatamente por ligera que sea, la alteración
del rostro o el tono de la voz, si es el celo de
nuestro deber o el ardor de la pasión lo que
encendió en nosotros aquel fuego. Entonces no se
necesita más para hacer perder el buen efecto del
castigo: ellos, aunque jovencitos, saben que no
hay derecho a corregirlos más que con la razón. En
segundo lugar, no castiguéis a un muchacho en el
mismo instante en que falta, por temor a que, no
pudiendo todavía confesar su culpa, vencer la
pasión y percibir toda la importancia del castigo,
no se exaspere y cometa otras faltas y más graves.
Hay que darle tiempo a reflexionar, a recapacitar
en su mundo interior, a ponderar toda su culpa y,
al mismo tiempo, la justicia y necesidad del
castigo, y así ponerle en condición de sacar
provecho del mismo. Me ha hecho pensar la
conducta, que el Señor quiso tener con san Pablo,
cuando éste estaba todavía spirans irae atque
minarum (enardecido en cólera y lanzando amenazas)
contra los cristianos; y me pareció ver en ella la
norma para nosotros, cuando topamos con corazones
que recalcitran contra nuestras indicaciones. No
lo derribó el buen Jesús enseguida, sino después
de un largo viaje, después de haber podido
reflexionar sobre su misión, lejos de cuantos
habrían podido animarle a perseverar en la
resolución de perseguir a los cristianos. Por el
contrario, ya a las puertas de Damasco, se le
manifiesta con toda su autoridad y poder y, al
mismo tiempo, con fuerza y mansedumbre le abre el
entendimiento, para que conozca su error. Y fue,
precisamente en aquel momento, cuando se mudó la
índole de Saulo perseguidor para convertirse en
apóstol de las gentes y vaso de elección. En este
divino ejemplo querría yo que se detuviesen mis
queridos Salesianos, y con iluminada paciencia e
industriosa caridad, aguardaran, en nombre de
Dios, el momento oportuno para corregir a sus
alumnos.
3.° No deis pie a la más mínima idea de que se
actúa por pasión.
Difícilmente se mantiene, cuando se castiga, la
calma necesaria para alejar toda duda de que se
actúa para demostrar la propia autoridad o
desahogar la pasión. Y cuanto mayor es el despecho
con que se procede, tanto menos se da uno cuenta
de
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