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República del Paraguay; entraría después en la
provincia de San Pablo, en el Brasil, llegando a
Río de Janeiro. De una estación intermedia, en la
provincia de San Pablo, partiría tal vez la línea
ferroviaria que pasando entre los ríos Paraná y
Uruguay, uniría la capital del Brasil con las
Repúblicas del Uruguay y Argentina).
El tren continuaba en marcha, y girando hacia
una parte y hacia la otra, después de un largo
espacio de tiempo, se detuvo por segunda vez.
Aquí descendió también del convoy mucha gente
que pasando bajo las Cordilleras se dirigió hacia
Occidente.
(Don Bosco indicó en la República Argentina la
provincia de Mendoza.
Por tanto, la estación era tal vez la de
Mendoza y el túnel el que ponía en comunicación
con Santiago, capital de la República de Chile).
El tren reemprendió la marcha a través de las
Pampas y de la Patagonia. Los campos cultivados y
las casas esparcidas por una parte y otra,
indicaban que la civilización tomaba posesión de
aquellos desiertos,
Al comenzar a recorrer la Patagonia, pasamos
junto a una ramificación del Río Colorado o del
Chubut (o tal vez del Río Negro). No podía
comprobar si su corriente iba hacia el Atlántico o
hacia las Cordilleras. Quería resolver este
problema pero no lo lograba, no siendo posible el
orientarme.
Finalmente llegamos al Estrecho de Magallanes.
Yo miraba. Bajamos. Ante mí, veía Punta Arenas. El
suelo, por espacio de varias millas, estaba todo
recubierto de yacimientos de carbón, de tablas, de
travesaños ((**It16.392**)) de
madera, de inmensos montones de metal, parte en
bruto, parte trabajado. Largas filas de vagonetas
de mercancías ocupaban las vías.
Mi amigo me señaló todas estas cosas. Entonces
le pregunté:
->>Y qué quiere decir todo esto?
El me respondió:
-Lo que ahora es sólo un proyecto, un día será
realidad.
-Estos salvajes en el futuro serán tan dóciles
que ellos mismos acudirán a instruirse, rindiendo
su tributo a la religión, a la civilización y al
comercio. Lo que en otras partes es motivo de
admiración, aquí lo será hasta el punto de superar
a cuanto causa estupor entre otros pueblos.
-Ya he visto bastante, repliqué; ahora llévame
a ver a mis Salesianos de la Patagonia.
Volvimos a la estación y subimos al tren para
el regreso. Después de haber recorrido un gran
trecho de camino, la máquina se detuvo junto a un
pueblo bastante grande.
(Situado tal vez en el grado 47, donde al
principio del sueño había visto aquel grueso nudo
de la cuerda).
En la estación no había nadie esperándome. Bajé
del tren y me encontré inmediatamente con los
Salesianos. Había allí muchas casas y gran número
de habitantes; varias iglesias, escuelas, varios
colegios para jovencitos, internados para adultos,
artesanos y agricultores y un dispensario de
religiosas que se dedicaban a labores diversas.
Nuestros misioneros se encargaban al mismo tiempo
de los jovencitos y de los adultos.
Yo me mezclé entre ellos. Eran muchos, pero yo
no los conocía y entre ellos no vi a ninguno de
mis primeros hijos. Todos me contemplaban
maravillados, como si fuese una persona
desconocida y yo les decía:
->>No me conocéis? >>No conocéis a don Bosco?
-íOh, don Bosco! Nosotros le conocemos de fama,
pero le hemos visto solamente en las fotografías.
íEn persona no le conocemos!
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