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->>Y cómo? Si fuesen más grandes... se podrían
hacer madurar con paja, como se suele hacer con
los demás frutos; pero tan pequeños... tan
verdes... Es imposible.
-Muy al contrario; habéis de saber que para
hacer madurar estos higos es necesario que todos
ellos se unan de nuevo a la planta.
-íEso es increíble! >>Cómo hacer?
-íMirad!
Y tomando uno de aquellos frutos lo introdujo
en un vaso lleno de sangre, después en otro vaso
de agua y dijo:
-Con el sudor y con la sangre los salvajes
quedarán de nuevo unidos a la planta y serán
gratos al dueño de la vida.
Yo pensaba:
-Pero para conseguir esto se necesita mucho
tiempo.
Y seguidamente dije en alta voz:
-No sé qué decir.
Pero aquel joven para mí tan querido, leyendo
mis pensamientos, prosiguió:
-Esto se conseguirá antes de que se cumpla la
segunda generación.
->>Y cuál será la segunda generación?
-La presente no se cuenta. Habrá una y después
otra.
Yo hablaba confusamente, aturullado y como
balbuceando al escuchar los magníficos destinos
reservados a nuestra Congregación y pregunté:
-Pero, cada una de estas generaciones,
>>cuántos años comprende?
-íSesenta años!
->>Y después?
->>Queréis ver lo que sucederá después? íVenid!
Y sin saber cómo, me encontré en una estación
de ferrocarril. En ella había reunida mucha gente.
Subimos al tren.
Yo pregunté dónde estábamos. Aquel joven me
respondió:
-íNotadlo bien! íMirad! Vamos de viaje a lo
largo de la Cordillera.
Tenéis el camino abierto también hacia Oriente
hasta el mar. Es otro regalo del Señor.
->>Y a Boston, donde nos aguardan, cuándo
iremos?
-Cada cosa a su tiempo.
Y así diciendo sacó un mapa donde se destacaba
en grande la diócesis de Cartagena (Colombia).
(Este era el punto de partida).
Mientras yo examinaba aquel mapa, la máquina
silbó y el tren se puso en movimiento. Durante el
viaje, mi amigo hablaba mucho, pero yo no lo podía
oír por el ruido que hacía el tren. Con todo,
aprendí cosas hermosísimas y nuevas sobre
astronomía, náutica, meteorología, sobre la fauna
y la flora, sobre la topografía de aquellas
regiones, que él me explicaba con maravillosa
precisión. Salpicaba entretanto sus palabras con
una digna y, al mismo tiempo, tierna familiaridad,
demostrando el afecto que me profesaba. Desde un
principio, me había tomado de la mano y así me
tuvo afectuosamente sujeto hasta el fin del sueño.
Yo ((**It16.390**))
llevaba a veces la otra mano que me quedaba libre
sobre la suya, pero ésta parecía escapar de la mía
como si se evaporase y solamente su izquierda
estrechaba mi derecha. El jovencito sonreía ante
mi inútil tentativa.
Yo al mismo tiempo miraba a través de las
ventanillas del vagón y veía desfilar ante mí
diversas y estupendas regiones. Bosques, montañas,
llanuras, ríos larguísimos y majestuosos que jamás
pensé existiesen en regiones tan distantes de sus
fuentes. Por un espacio de más de mil millas
costeamos el borde de una floresta virgen, hoy día
aún sin explorar. Mi mirada adquiría una
visibilidad asombrosa. No encontraba
(**Es16.328**))
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