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viajes hacia países desconocidos para salvar las
almas de millones de criaturas que también fueron
redimidas por el Hijo de Dios, por Cristo Jesús.
Otro dijo: íQué enorme cantidad de idólatras
viven fuera de la Iglesia, lejos del conocimiento
del Evangelio, solamente en América! Los hombres
piensan y los geógrafos se engañan al creer que
las Cordilleras de América son como una gran
muralla que nos separa de aquella parte del mundo.
Y no es así. Aquellas extensísimas cadenas de
montañas tienen muchas sinuosidades de mil, y más
kilómetros de longitud. en ellas hay selvas
inexploradas, bosques, animales, piedras que por
otra parte escasean en aquellas latitudes. Carbón
mineral, petróleo, cobre, hierro, plata y oro
escondidos en aquellas montañas, en el lugar donde
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colocados por la mano omnipotente del Creador en
beneficio de los hombres. íOh, Cordilleras,
Cordilleras, cuán rica es vuestra zona oriental!
En aquel momento me sentí presa del deseo de
pedir explicaciones sobre muchas cosas y de saber
quiénes fuesen aquellas personas allí reunidas y
en qué lugar me encontraba. Pero dije para mí:
-Antes de hablar es necesario que observe qué
clase de gente es ésta.
Y dirigí la mirada a mi alrededor y pude
comprobar que todos aquellos personajes me eran
desconocidos. Ellos entretanto, como si sólo en
aquel momento me hubiesen conocido, me invitaron a
pasar y me acogieron bondadosamente.
Yo pregunte entonces:
-Decidme, por favor: >>Estamos en Turín, en
Londres, en Madrid o en París? >>Dónde estamos?
>>Y vosotros, quiénes sois? >>Con quién tengo el
gusto de hablar?
Pero todos aquellos señores contestaban de una
manera vaga hablando siempre de las misiones.
Inmediatamente después se acercó a mí un joven
de unos dieciséis años, de amable expresión y de
sobrehumana belleza, cuyo cuerpo despedía una luz
más radiante que la del sol. Su vestido estaba
tejido con celestial hermosura y en la cabeza
llevaba un gorro a manera de corona recamado de
visísimas piedras preciosas. Mirándome con ojos de
bondad, mostró por mí un interés especial. Su
sonrisa expresaba un afecto atrayente en extremo.
Me llamó por mi nombre, me tomó de la mano y
comenzó a hablarme de la Congregación Salesiana.
Yo me sentía encantado sólo con escuchar su
voz. A cierto punto lo interrumpí diciéndole:
->>Con quién tengo el honor de hablar? Haced el
favor de decirme vuestro nombre.
Y el joven:
-íNo temáis! Hablad con toda confianza, que
estáis con un amigo.
-Pero >>y vuestro nombre?
-Os lo diría si hiciese al caso, pero no hace
falta, porque me debéis conocer.
Y mientras decía esto, sonreía.
Me fijé mejor en aquella fisonomía rodeada de
luz. íCuán hermosa era! Entonces reconocí en él al
hijo del Conde Luis Fleury Colle, de Tolón,
insigne bienhechor de nuestra casa y especialmente
de las Misiones de América. Este jovencito había
muerto poco tiempo antes.
->>Oh, tú?, exclamé llamándole por su nombre.
íLuis! >>Y todos éstos quiénes son?
-Son amigos de vuestros Salesianos y yo como
amigo vuestro y de los Salesianos, en nombre de
Dios, querría daros un poco de trabajo.
-Veamos de qué se trata. >>Qué trabajo es ése?
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