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de intermediario. Nosotros respetamos mucho a los
ministros de Dios, porque siempre nos han querido
y protegido. En tiempo de Calfucurá, padre de
Namuncurá, bastó la palabra de un sacerdote para
impedir una matanza de los nuestros.
Don Domingo Milanesio no podía dejar escapar
tan hermosa ocasión. Pero como era la primera vez
que iba a Fortín Roca para ejercer allí su
ministerio, le pareció una temeridad asumir, sin
más, el oficio de mediador entre las dos partes
que se habían enzarzado en una guerra tan
obstinada y encarnizada; ignoraba, además, las
verdaderas razones por las que había sido
rechazada la embajada anterior y, por tanto, temía
precipitar las cosas y disgustar a la autoridad
militar favoreciendo a un enemigo quizás poco
sincero. Aconsejó, pues, a su interlocutor que
fuera a decir a Namuncurá que se presentase él
mismo con sus hombres en el Fortín; que él salía
fiador de que allí sería recibido con todos los
honores por el general. Que podía acudir sin
temor, pues él estaría presente en el encuentro.
No se contentó el enviado con palabras, sino que
quiso un escrito, y don Domingo Milanesio escribió
al cacique en el sentido antes dicho 1.
El audaz guerrero que, hasta poco tiempo antes,
había ((**It16.373**))
empuñado furiosamente la lanza en muchas batallas
contra el ejército regular, una vez leído el
escrito, depuso su fiereza, venció sus naturales
resentimientos y, sin demora, se puso en marcha
con numeroso séquito. Se procedió con mucha prisa,
pues, veinte días después de haber escrito la
carta, apareció Namuncurá en los puestos avanzados
de Fortín Roca. Entre el regreso de sus mensajeros
y su ida habían recorrido no menos de novecientos
kilómetros.
Namuncurá no tuvo que arrepentirse del partido
que había tomado. Don Domingo Milanesio fue su
fiel mentor y quedó concertada la paz; es más,
después de algunos años de fidelidad, el gobierno
argentino le concedió el grado de coronel con el
sueldo correspondiente y le concedió en propiedad
nueve leguas de territorio para sí y para las
familias de su tribu. Aquel suceso tan feliz
facilitó a don Domingo Milanesio la evangelización
de algunas tribus aposentadas a lo largo del río
Neuquén, mientras actuaban tranquilamente en otras
partes don José María Beauvoir y su valeroso
superior don José Fagnano. El mismo Namuncurá
recibió el bautismo en los últimos años de su
vida, de manos de monseñor Cagliero, a quien
confió el último de sus hijos para la educación.
Este joven, llamado Ceferino, de talento despejado
1 Véase Apéndice, doc. núm. 84.
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