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((**Es16.312**) casuchas, sobre las que se destacaba tímidamente un pequeño campanario; hacía siete años que habían establecido allí su morada unos centenares de familias italianas, abandonadas ((**It16.370**)) en aquellas tierras por codiciosos especuladores. Cuando oyó esto, don Luis Lasagna saltó del coche y se dirigió a la casa más próxima. Apenas se corrió la voz de que había un cura italiano, se apiñaron los colonos de todas partes a su alrededor, y, después, un hombre se apresuró a abrir la capilla, donde entraron todos. Don Luis Lasagna les dirigió un discursito conmovedor. Es imposible describir la alegría de aquella buena gente, que vivía sin sacerdote, sin sacramentos y sin oír la palabra de Dios. Su situación le enterneció. Repartió las estampas y medallas que llevaba, les dio unas cuantas recomendaciones útiles y se marchó llorando y prometiendo que volvería pronto o enviaría a alguno que se cuidara de sus almas. Los Salesianos, como veremos, mantuvieron la palabra. Los Obispos de Pará y de Cuyabá seguían suplicando también con redoblada insistencia que fueran los Salesianos a sus extensísimas diócesis; es más, el segundo de los dos se trasladó a Villa Colón para hablar a don Luis Lasagna con un esquema de convenio que fue enviado a Turín. Pero, después de discutirlo el veintiocho de diciembre en el Capítulo Superior, se concluyó con un aplazamiento de la deliberación. -Ahora, dijo don Bosco, tenemos a la vista las islas Malvinas y estamos buscando los medios para evangelizarlas; además, debemos concentrar nuestras fuerzas en el nuevo Provicariato y en la nueva Prefectura apostólica y no extendernos a otras partes. Roma quiere hechos y no palabras. Dentro de unos años Roma querrá ver el resultado de nuestros trabajos en las provincias que nos confía. Pasemos ahora a hablar de Patagonia y de los nuevos medios a los que aludía don Bosco con su observación. Los indios que, durante la campaña del general Roca, no se habían sometido ni refugiado en Chile o alejado hacia el Sur, poco a poco volvieron a juntarse entre sí, atraídos como siempre por el valeroso cacique Namuncurá. Este fiero defensor de la independencia indígena había adquirido mucha experiencia en las guerras sostenidas contra ((**It16.371**)) los argentinos, ayudado en esto por la innata astucia y sagacidad de su raza y, además, por su natural talento. Habría querido emprender correrías para hacer botín con que remediar las necesidades de su gente; pero vigilaba el general Villegas, a quien había dejado Roca para guardar la frontera del Río Negro. A fines del año 1882, tuvo Villegas indicios de alguna amenaza, por lo que empezó (**Es16.312**))
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