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Volvió éste a casa, apenas si tuvo tiempo para
comunicar la embajada, cuando un coche se paraba a
la puerta del Oratorio y se apeaba el Eminentísimo
Purpurado, el cual dijo al que corrió a saludarle:
-Para ir más de prisa, he venido yo mismo a
traer la respuesta a don Bosco.
Serían las diez y media de la mañana y se
entretuvo con el Siervo de Dios más de una hora.
Cuando entró el Cardenal, reinaba el más
absoluto silencio en toda la casa; pero, en el
intervalo, corrió enseguida una orden y los
diversos superiores de las escuelas ((**It16.364**)) y de
los talleres llevaron a los muchachos al patio; el
maestro de la banda colocó en orden a los músicos,
los campaneros subieron al campanario y otros
engalanaron con banderas la casa.
Al salir el Cardenal de la habitación de don
Bosco y asomarse a la galería, estallaron los
vítores y aplausos de los muchachos, sonaron los
instrumentos de la banda y repicaron las campanas.
Rebosaba de alegría ante la sorpresa, al ver cómo
en tan poco tiempo se habían hecho tantas cosas y
hubiera querido hablar; pero, impedido por el
continuo repiquetear de las campanas, se limitó a
decir:
-Queridísimos hijos, os lo agradezco, os
bendigo y me encomiendo a vuestras oraciones.
Después visitó la nueva tipografía y los
talleres anejos, admirando la nueva maquinaria. A
continuación, fue al santuario y se encontró en la
sacristía con una numerosa representación de Hijas
de María Auxiliadora, llegadas del colegio vecino
para saludar a su Pastor. Hizo por último una
oración en la iglesia y recibió los aplausos y
aclamaciones de mucha gente del pueblo que se
había reunido en la plazoleta. Al volver a subir
al coche, dijo a don Bosco, que había estado
siempre a su lado:
-Yo creía darles una sorpresa, y me la han dado
a mí. Dios les bendiga, como yo se lo pido de
corazón.
Fue una verdadera alegría para todos, que se
quedaron con el vivo deseo de volver a verle.
Era opinión general entre los Salesianos de
entonces que, al nombrar el Padre Santo el nuevo
Arzobispo de Turín, había hecho recaer la elección
precisamente en un Prelado notoriamente amigo de
don Bosco. Tenemos una prueba cierta de esta
caritativa intención del Papa en las palabras que
León XIII dijo a don Bosco en la audiencia de
1884; por otra parte podemos afirmar con toda
verdad que la bondad del cardenal Alimonda fue
para don Bosco un consuelo providencial en los
últimos cuatro años de su vida. Nada mejor que
estas
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