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-Soy padre espiritual de todos los turineses,
dijo, aun de aquellos que no me aceptan, si los
hay, y no quiero que mi primer paso en mi nueva
patria sea ocasión de discordias. Vengo como
portador de paz, de tranquilidad, de amor
recíproco y estoy dispuesto a hacer cualquier
sacrificio por Turín que no sea el honor de un
solemne recibimiento.
El Alcalde, por la dignidad de la ciudad, no
quiso rendirse a imposiciones, pues no creía que,
para ser liberales, fuese necesario ser inciviles.
Pero el Arzobispo, comprendiendo que un
recibimiento solemne no tendría lugar sin peligro
de alguna discordia o disgusto, el día quince de
noviembre dio las gracias con una nobilísima
carta, desde Génova, por las honras que se habían
preparado para él y declaró que desistía de toda
manifestación oficial o pública. En consecuencia,
el día dieciocho, domingo por la tarde, fue en
forma privada a la Catedral, donde clero y pueblo
lo recibieron devotamente y él cumplió lo que el
sagrado rito prescribe en tales circunstancias. El
jaleo que armaron algunos descarados ((**It16.363**))
alborotadores, lanzando gritos al paso del coche
cerrado, obtuvieron la reprobación de todos los
hombres que tenían un adarme de sentido común y
dieron la medida de la mezquindad moral y civil de
ciertos partidos.
Los buenos ciudadanos se consideraron en el
deber de rendir homenaje privadamente al Cardenal;
uno de los primeros en ir a visitarle fue don
Bosco. El Boletín de febrero de 1884, aludiendo a
aquella visita, menciona las <>, que le
dirigió el Arzobispo, pero no las refiere. Su
Eminencia y don Bosco se encontraron después
públicamente por vez primera en la iglesia de San
Juan Evangelista, el día veintisiete de diciembre,
fiesta del Apóstol. El Cardenal celebró la misa de
las ocho y habló antes de distribuir la sagrada
comunión. Después de la ceremonia visitó con don
Bosco los nuevos locales del oratorio festivo de
San Luis, donde dirigió la palabra a los
muchachos.
Su Eminencia, que ya había elegido la
tipografía del Oratorio para imprimir sus
escritos, no había visitado todavía en su calidad
de Arzobispo la casa de don Bosco. Sucedió, pues,
que éste necesitaba hablar con él y tenía pensado
ir al palacio episcopal el día quince de enero por
la mañana; pero, antes de ir, envió a preguntar al
secretario del Arzobispo si Su Eminencia estaba en
palacio y si tenía a bien concederle audiencia. Al
enterarse el Cardenal, pidió que entrara el
emisario y le dijo:
-Diga a don Bosco que dentro de poco le enviaré
respuesta.
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