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Había quedado sin respuesta la carta del día
catorce de agosto, dirigida por don Bosco a la
Coridesa. El Siervo de Dios dejó pasar mes y medio
y, después, escribió o mandó escribir al abate
Curé, poniendo en la carta palabras de consuelo
para la viuda. Su respuesta no se hizo esperar. El
contenido del escrito es una prueba más de la
santa impresión, que don Bosco dejó de sí mismo en
Frohsdorf y nos descubre, además, los saludables
efectos producidos por su visita en el alma del
enfermo, cuyo provecho espiritual tuvo sin duda
don Bosco por mira en primerísimo lugar.
((**It16.352**))
Reverendo y querido don Bosco:
Estoy segura de que, en su eximia bondad y
caridad, me habrá perdonado que no haya respondido
a la preciosa carta que me escribió el día catorce
de agosto, mientras, todavía palpitando, asistía a
mi querido ángel, que ya está en el paraíso. Pero,
ni entonces ni después pude escribir hasta hoy;
primero, porque estaba abrumada de dolor y
cansancio, y, después, porque era víctima de una
de mis fuertes crisis catarrales, de la que
gracias a Dios me voy reponiendo. Hoy he leído la
comovedora carta que dictó para el abate Curé y en
la que me hace decir muchas cosas preciosas, que
le aseguro llegaron derechas a mi corazón, porque
sus palabras son totalmente el eco de mis propios
pensamientos, de lo que siento y de lo que siempre
digo. íEstoy tan segura de que mi ángel está en el
Paraíso! Murió como un santo, con la tranquilidad
envidiable de un patriarca, sin contraer ni un
rasgo de su bella y querida fisonomía, y siempre
rezando y unido con Dios, que se lo llevó, sin
duda, en un instante feliz.
Desde que usted lo dejó, nunca soltó una queja,
nunca una impaciencia, siempre ofreciendo a Dios
sus dolores en unión con la pasión de N. S. J. C.
y agradeciéndole que le hiciese sufrir todavía en
este mundo. íEn una palabra, tuvo una muerte
envidiable y, al sufrir a su lado, me parecía
tener que morir con él! íY este sentimiento que
Dios ponía en mi corazón y que era como una
esperanza de que así sería, me ayudó a tener la
fuerza necesaria para hacerlo todo hasta lo último
con un valor, que sólo el Señor podía darme! Y en
el momento en que Dios se lo llevó y me dejó aquí
sola, ííay Dios mío!!... Pero Dios me lo había
dado y conservado para mi inmensa felicidad y
consuelo durante treinta y siete años de Paraíso
terrenal. Dios me lo quitó, íhágase su Santa
Voluntad, bendita sea! Que Dios me ayude ahora a
ser totalmente suya, y a poder ver en su día y
cuando a Dios plazca, que también ha llegado para
mí aquel buen momento, el único esencial, de poder
juntarme con mi querido ángel para alabar después
con él eternamente a Dios. Le agradezco en cuanto
sé y puedo sus oraciones por mí y no le faltarán
las pobres mías.
Créame siempre su agradecidísima y afectísima,
Frohsdorf, 14 de octubre de 1883.
MARIA TERESA
Los sentimientos de veneración por don Bosco se
mantuvieron vivos en la Condesa; nos da fe de ello
una carta de marzo de 1885. Por lo que se
transparenta en esta misma carta, es probable que
don Juan
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