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santa misa para obtener la suspirada gracia: la
completa curación del señor conde de Chambord.
Nuestras oraciones; unidas a tantas otras como se
hacen con este mismo fin en casi toda Europa,
deben, sin duda, ser escuchadas, salvo que Dios,
en su infinita sabiduría, considere que es mejor
llamar al augusto enfermo a gozar el premio de su
caridad y de sus demás virtudes. En este caso,
diremos humildemente: -Así plugo a Dios y así
sucedió. Pero yo estoy convencido de que no hemos
llegado todavía a este momento. Pero, mientras
pedimos a Dios que nos obtenga la curación del
señor Conde, no dejamos de elevar fervientes
oraciones por V. A., señora Princesa, y por la
conservación de su preciosa salud.
La gracia y el poder de Nuestro Señor
Jesucristo reinen siempre en toda su familia.
Dígnese añadir una oración por el pobre que esto
escribe, y tiene el alto honor de poderse profesar
para su gloria,
De V. Alteza Turín,
14 de agosto de 1883.
Su seguro servidor, ((**It16.351**))
JUAN BOSCO, Pbro.
Estos consuelos llegaron más oportunos que
nunca, pues los días del conde de Cambord estaban
contados. Ya no fue posible hacerle recobrar las
fuerzas, de suerte que, en la mañana del día
veinticuatro, entregó el alma a Dios. El último
descendiente de san Luis, rey de Francia, expiraba
precisamente la víspera de la fiesta de su
glorioso antepasado.
En su dignidad de proscrito, Enrique V fue el
representante respetado de un gran principio
ideológico y de una antigua tradición monárquica.
Habría podido abreviar su destierro, aceptando
condiciones que él juzgaba equívocas; pero
prefirió soportar hasta el fin con verdadera
grandeza moral, como príncipe, que sabía hacer
decoroso hasta el infortunio. No reinó pero, de
hecho, fue considerado como uno de los que
llevaban corona. Si mantuvo inviolables sus
derechos dinásticos, lo hizo porque los
consideraba inseparables de las tradiciones
francesas y de los intereses nacionales de su
patria; pero, en medio siglo de destierro, no dejó
nunca trasparentar el menor pensamiento de querer
alentar luchas intestinas, que pudiesen dar origen
a una guerra civil 1. Pero lo que más ennoblecía
sus dotes de príncipe era el espíritu
eminentemente católico, en que se inspiraron todos
los actos de su vida privada y pública. Toda la
prensa republicana y radical de París, lo que
parecería increíble en medio de tanta lucha de
partidos, rindió homenaje al carácter del difunto.
1 Estos juicios son el compendio de dos
artículos de la Revue des Deux Mondes (1.° y 15
septiembre de 1883).
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