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Muy Reverendo don Miguel Rúa:
Su carta me llegó al alma, la leí en seguida a
mi querido enfermo, el cual se conmovió; los dos
damos las gracias a usted y a nuestro querido don
Bosco por cada una de las palabras. Fue una gran
satisfacción para mi marido y para mí recibir su
bendición y saber cuántas almas puras e inocentes
rezan por la curación de mi querido y amado
enfermo.
Gracias a Dios, aunque lentamente, se advierte
sin embargo cada día una mejoría progresiva, pese
a las pequeñas crisis, que todavía se presentan,
aunque siempre desapareciendo después y
volviéndole la esperanza de una completa curación
que, como dijo también don Bosco, se obtendrá con
paciencia. Agradecemos también los dos las
expresivas y apreciadas cartas, que nos
escribieron los hijos del Oratorio de don Bosco,
los jóvenes estudiantes y aprendices; y mi marido
me encarga expresamente, y precisamente en el
momento en que le escribo, que ruegue al querido
don Bosco continúe sus santas oraciones, en las
que tanto confía.
El recuerdo de los dos días, que don Bosco y
usted, bonísimo don Miguel Rúa, pasaron con
nosotros, durará siempre en nuestra alma. Me
alegro de que su viaje resultara feliz; no me
sorprendo de ello, pues dos almas buenas y santas
como ustedes tenían que ir acompañados de un modo
especial por sus Angeles Custodios.
Y termino, renovando al querido don Bosco y a
usted la garantía de nuestra gratitud y sincero
afecto, con que de corazón me profeso.
Frohsdorf, 29 de julio de 1883.
Muy
agradecida,
MARIA
TERESA, Condesa de Chambord
Me encarga mi marido un afectuoso y especial
saludo de su parte para usted.
El secretario Huet du Pavillon escribía el
último día de julio al mismo Miguel Rúa en torno a
la marcha de la enfermedad: <((**It16.349**)) se ha
dejado conmover con tantas buenas oraciones y,
particularmente, con las del venerable y santo don
Bosco. Tenga la bondad de manifestarle toda
nuestra gratitud y tómese también su parte, usted
que ruega y sigue rogando todavía con todo fervor
para obtener que se cumpla el gran milagro de la
curación de nuestro augusto enfermo (...). Esta
gracia, como nos dijo su santo Superior, no es
personal para Monseñor, sino que interesa mucho a
la santa Iglesia, y por consiguiente a la gloria
de Dios>>.
Como también se deduce de aquí, los
legitimistas franceses consideraban las suertes de
la Iglesia en Francia estrictamente, por no decir
indisolublemente ligadas a las de la monarquía; lo
cual hizo que, en la espera, mientras se
pronosticaba la caída de la tercera república, no
se emplearan todos los medios posibles para la
defensa de los intereses
(**Es16.294**))
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