((**Es16.290**)
también era una farsa el juicio de los más famosos
médicos de Europa, incluido el doctor Vulpián,
celebridad mundial. Este, en efecto, cuando llegó
a Frohsdorf a primeras horas de la tarde del día
quince y examinó detenidamente al enfermo, firmó
con otros dos médicos vieneses un boletín en el
que se decía: <>. Tan satisfactorio que, durante la
jornada, el Príncipe habló varias veces y no por
breves instantes, sin experimentar cansancio,
cuando antes con dificultad salían de sus labios
unas palabras; además, había tomado en varias
veces medio litro de leche, cuando en los días
anteriores una sola cucharada de líquido le
producía espasmos de estómago y vómitos
convulsivos.
Así pues, los nombres del doctor Vulpián y de
don Bosco iban juntos en la prensa diaria. Se
temía que el doctor parisiense arrugara el ceño al
encontrarse con un cura; y, en cambio, fue él
mismo quien pidió que le presentaran a don Bosco,
al cual dijo que su hijo, alumno de los
Marianistas, había tenido la fortuna de verle en
la visita hecha al colegio Stanislas.
El día dieciséis, fiesta de Nuestra Señora del
Carmen, don Bosco celebró la misa, a las cuatro de
la mañana, en la habitación del Conde, que recibió
la santa comunión de sus manos junto con la
Condesa. Cada vez que el Siervo de Dios se acercó
a la cabecera del enfermo, y sólo lo hizo cuando
éste le llamó, hablóle siempre como sacerdote,
nunca como cortesano. A las buenas esperanzas,
añadía el pensamiento de que la vida y la muerte
((**It16.344**)) están
en las manos de Dios, Rey de reyes y Señor de los
señores; que todos, pequeños y grandes, se deben
conformar con sus inescrutables designios. Y el
Conde, hombre de viva fe y sólida religión,
asentía plenamente y le dijo que, si la divina
Providencia quisiese disponer que él podía servir
aún a Francia, aquí en la tierra, no rehusaba el
trabajo; pero que, si era del agrado de Dios
llamarlo a la eternidad, estaba en todo y para
todo sometido a los decretos divinos. Los piadosos
sentimientos del Conde y la edificante virtud de
la Condesa dejaron enternecido profundamente a don
Bosco.
El día dieciséis por la tarde, al despedirse,
vio el Siervo de Dios con gran satisfacción que la
mejoría se acentuaba cada vez más. Así que se hizo
prometer que, si recobraba la salud de antes, iría
a Turín para dar gracias a María Auxiliadora en su
santuario y honrar con su visita al Oratorio,
donde tantos muchachos habían rezado, rezaban y
seguirían rezando por él. El Conde abrazó a don
Bosco y le besó tiernamente,
dándole cordialmente las gracias por su visita.
Don Bosco había volado aquel día con el
pensamiento a Niza,
(**Es16.290**))
<Anterior: 16. 289><Siguiente: 16. 291>