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De sus labios bebió entonces el Papa cuán
metido estaba en la cima de sus pensamientos y en
los afectos de su corazón el arreglo de la
deplorable dia que separaba en Italia al Estado de
la Iglesia. La cuestión romana se había puesto, en
aquellos meses, como suele decirse, de actualidad.
Pululaban artículos y folletos con proposiciones
más o menos disparatadas sobre el modo de
resolverla o llenos de enconadas polémicas.
También el New York Herald de los Estados Unidos
había encargado a uno de sus corresponsales en
Italia que visitase a los mas ilustres personajes
de las dos Romas, estudiase la recíproca posición
del Quirinal y del Vaticano y diese cuenta de
ello. Nació así una larguísima correspondencia,
compendiada enseguida por algunos periódicos
italianos y extranjeros. Había originado el gran
debate una carta abierta 1 de Emilio Rendu,
Inspector general que fue de las Universidades
francesas, al honorable Rogelio Bonghi, sobre este
candente tema.
Pues bien, don Aquiles Ratti vio, en aquella
ocasión, cómo don Bosco no acariciaba <> 2. En efecto, le oyó lamentar
ciertos acontecimientos, <>; por lo que imploraba
de Dios y de los hombres algún remedio posible
para tantos daños, algún arreglo posible de las
cosas, ((**It16.325**)) de
forma que volviese a brillar, con el sol de la
justicia, la serenidad de la paz en los
espíritus>> 3. Por eso en la Encíclica
Quinquagésimo ante anno del 23 de diciembre de
1929, al enumerar los consuelos, que le había
aportado el año jubilar de su consagración
sacerdotal, escribía:
<(**Es16.274**))
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