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-Fíjese bien; usted mismo responde a las
objeciones que acaba de hacer. Lo mismo que la
Virgen ha movido su corazón para ayudarme, así
mueve otros mil para acudir en socorro de nuestros
muchachos.
Al despedirse, el belga entregó a don Bosco su
tarjeta de visita, prometiéndole que cuando pasara
por Turín, iría a verle.
Más hiriente fue el episodio sucedido en la
última parte del viaje. En Alessandria subieron
nuevos viajeros a aquel departamento. Uno de ellos
empezó a hablar mal de don Bosco, pintándolo con
los más negros colores y diciendo que era un
avaro, que amontonaba dineros embaucando a los
tontos.
-Perdone, replicó don Bosco, >>usted conoce a
don Bosco?
-Figúrese, >>no le voy a conocer? Soy de Turín
y le he visto muchas veces.
-Pues yo no creo que don Bosco tenga los
dineros que usted dice.
->>Va usted a decírmelo a mí? Don Bosco es muy
pícaro, quiere enriquecer a su familia y ya ha
comprado muchas fincas.
((**It16.307**)) -No me
consta que tenga fincas en Castelnuovo.
-Sí, sí; sus hermanos se han hecho ricos.
-Perdone, pero don Bosco no tenía más que un
hermano.
-Uno o más, lo mismo da; lo que es cierto, y a
mí me consta, es que el hermano de don Bosco, que
antes era un pobre campesino, ahora tiene coche y
caballos.
-Pues yo le aseguro que el hermano de don Bosco
ha muerto hace más de veinte años.
-De todos modos, no podrá usted negar lo que yo
sé perfectamente.
-Pues bien, si quiere salir de dudas y
satisfacer la curiosidad vaya a
Castelnuovo y verá que don Bosco sólo tiene dos
sobrinos, que cultivan una pequeña finca y nada
más.
-Así, >>usted quiere que yo pase por mentiroso?
-Yo no le califico de mentiroso; digo solamente
que lo que usted afirma no se ajusta a la verdad.
Se disputó así un buen rato. Los viajeros se
mostraban propensos a creer que era verdad lo que
decía el sacerdote. Cuando he aquí que, en la
estación de Felizzano, se asomó al departamento el
barón Cova, y, al ver a don Bosco, exclamó
saludándolo y haciendo ademán de querer
entretenerse familiarmente con él:
-íHola, don Bosco!
Todos los viajeros soltaron la carcajada
mientras aquel pobre hombre, confundido y
avergonzado, mascullaba palabras de disculpa. Don
Bosco, sonriendo, le contestó:
(**Es16.260**))
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