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dónde y cómo se había eclipsado. A la mañana
siguiente, embargada todavía por la conmoción,
reveló su estado de ánimo a una confidente; el
padre, al darse cuenta de su turbación, no quiso
que volviese a ver a don Bosco y, sin decir el
motivo, la llevó al campo. Afligida por este
alejamiento, la señorita De Broin escribió a don
Bosco una carta antes de salir, haciendo que se la
llevara una señora amiga. Cuando el Siervo de Dios
la leyó, dijo que recordaba a quien la había
escrito y, como le preguntaran si había
contestación, dijo:
-No; que siga rezando.
La joven profesó más tarde entre las religiosas
del Cenáculo en Versalles.
La bendición de don Bosco fue también
beneficiosa para la hermana de esta religiosa. Se
encontró con él comiendo en casa de un amigo de la
familia y advirtió su gran sencillez y bondad en
el trato, pero especialmente aquella mirada
penetrante, que parecía leer los secretos de los
corazones. Era joven y algo mundana, por lo que no
tenía ganas de acercarse a él; pero tuvo que
seguir al padre, que la llevó a recibir su
bendición, mas procuró no levantar los ojos para
no llamar la atención de don Bosco sobre ella,
pues esto la habría puesto en un brete. Sin
embargo, también ella entró en el Cenáculo, pocos
años después de la hermana, considerando esta
vocación como una gracia insigne, por la que, como
escribe, se considera obligada a expresar cada día
su agradecimiento a don Bosco.
Don Bosco salió de Dijon el día veintinueve, a
las cinco de la tarde; lo esperaba en D“le la
familia De Maistre. El Conde, su antiguo amigo y
gran bienhechor del Oratorio, le colmó de
atenciones con todos los suyos. Pero don Bosco
sólo pasó allí la noche, pues, el día treinta por
la mañana, poco después de celebrar la misa,
siguió viaje hacia Turín. Llevaba consigo cuatro o
cinco paquetes de cartas sin abrir todavía, que
llamaron la atención de los empleados de la aduana
en Modane; pero las explicaciones ((**It16.280**)) que se
les dieron, fueron aceptadas cortésmente y pasaron
los paquetes. Con un largo mes de trabajo y la
ayuda de algunos secretarios, se despachó después
toda aquella correspondencia, pues era costumbre
de don Bosco no dejar nunca una sola carta sin
respuesta, aunque fuese insignificante o escrita
por un niño 1; es más, no dejaba de enviar, al
menos un acuse de recibo, aunque se tratara de una
simple tarjeta de visita.
Durante esta larga narración, no hemos tenido
en cuenta las noticias
1 El que esto escribe, recuerda haber oído
decir en 1885 a un insigne predicador, con
maravilla de los que lo rodeaban, que don Bosco
contestaba incluso las cartas de los chicos.
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