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de las damas del Asilo, tan abarrotada de público
que, para ir de la sacristía al altar, se requirió
un largo cuarto de hora, porque a cada paso
cercaba al Siervo de Dios un nuevo grupo de
personas. <<íQué misa!, escribe el subdiácono de
entonces. Era la misa de un Santo; su cara
resplandecía con luz sobrenatural>>. De nuevo
estuvo junto a él durante el sacrificio divino el
joven religioso: fue en la iglesia de la
Adoración, así llamada porque en ella estaba
continuamente expuesto el Santísimo Sacramento. El
mismo gentío, el mismo entusiasmo, la misma
devoción que el día anterior y, para el joven
religioso, la misma impresión de santidad. Estaba
él dispuesto a seguirle hasta donde le fuese
permitido, con tal de poder hablarle para pedirle
un favor. Llegó el momento oportuno cuando el
Santo volvió a la sacristía. Al oír su deseo,
preguntóle don Bosco qué quería.
-Tengo poca salud, respondió. Querría tener
tanta fuerza que me bastase para poder ser enviado
a las Misiones. Mi aspiración es llegar a ser
misionero.
-Hijo mío, le dijo amablemente don Bosco,
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recibirá esta gracia. Cada día, en la acción de
gracias después de la misa, rezaré con este fin.
íCosa singular! El hijo de San Ignacio, que
hacía tiempo buscaba inútilmente la salud, recobró
tan pronto y tanto las fuerzas que, al poco
tiempo, fue enviado como profesor al colegio de
Saint-Servais en Lieja, y al año siguiente, pasó a
Saint Hélier, el gran Seminario francés de la
Compañía, para seguir allí sus estudios y
prepararse al presbiterado. Se hablaba mucho por
aquellos años de las misiones jesuíticas en las
Montañas Rocosas y le parecía al futuro levita
sentir una voz interior que le señalaba allá, bajo
el frío polar, el campo de su apostolado. Ordenado
sacerdote, recibió la obediencia para las Misiones
de la India, pero, el año 1894, los Superiores lo
trasladaron a Alaska, donde fue nombrado Vicario
Apostólico por la Santa Sede el año 1916.
Seleccionamos alguna otra pequeña noticia
sacada de varias cartas.
El nueve de mayo celebró la misa en el
monasterio del Sagrado Corazón, y las religiosas
colocaron bajo el mantel del altar un papel en el
que habían escrito sus intenciones particulares;
el día doce, fue a celebrar a las Carmelitas y
accedió a sus deseos, escribiendo unas palabritas
con su firma al pie de unas estampitas que le
presentaron: el día trece celebró la misa en la
iglesia de San Esteban. Parece que visitó también
el monasterio del Buen Pastor, el convento de las
religiosas Franciscanas y el de las religiosas de
Nuestra Señora del Socorro.
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