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Oratorio, habló en nombre de todos los asociados,
preguntando al <> el
secreto que le permitía hacer tanto bien. Resultó
notable, por más de un motivo, este paso: <>.
Era lógico que, frente al ateísmo oficial,
recordaran con nostálgico pensamiento el pasado
monárquico los que bajo la tercera república se
lamentaban de ver cómo se rompían, uno tras otro,
los lazos de otro tiempo entre religión y patria;
pero don Bosco se guardó mucho en toda
circunstancia de proferir una palabra que, aun de
lejos, pudiese saber a política. Le fue ofrecida,
por último, una medalla de la obra, ((**It16.266**)) que
llevaba la cruz en el anverso y el lirio del
escudo de la ciudad en el reverso 1. <>, la señora Niel
agradecía por carta a don Bosco el honor y la
satisfacción que proporcionaba a su familia al
aceptar la invitación para el mediodía del
viernes, día once, en Roubaix, ciudad situada a
poco más de diez kilómetros de Lille. También el
marido, que había asistido a la conferencia de San
Mauricio, consideraba aquella visita como <>.
Sirvióle una comida espléndida un señor, cuyo
linaje y apellido callan nuestras fuentes. El ojo
de don Bosco contemplaba la magnificencia de los
preparativos y el valor de los platos; qué
pensamientos pasaban, mientras tanto, por su
mente, lo reveló hacia el fin, cuando llegó el
momento oportuno y dijo al anfitrión:
-Desearía, señor, satisfacer una curiosidad.
Desde que nos hemos sentado a la mesa, todavía no
me he podido librar de ella.
-Diga, diga, contestó el señor.
-Pero quizás resulte demasiado indiscreta mi
pregunta.
-Diga, diga con toda libertad.
-Quisiera saber cuánto ha costado esta comida.
1 Véase Apéndice, doc. núm. 65, A-C.
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