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La verdad sea dicha, no hacía falta ((**It16.256**)) añadir
más; aquel señor lo había dicho bien claro 1.
Con esto, queda dicho todo lo que se podía
decir de la estancia de don Bosco en París.
Recibido triunfalmente en todas partes, consumió
sus jornadas en recibir un sinnúmero de personas,
en hacer numerosas visitas y en dar conferencias
públicas. Parece increíble que tuviera tiempo para
tanto; pero hay algo que nos sorprende aún más, y
es que llegaran a tanto sus fuerzas. Mas, si a
pesar de su escasa resistencia física, pudo
aguantar tan continua y prolongada tensión de
ánimo, sin que mermara por un instante la habitual
tranquilidad de espíritu, es indicio de un dominio
de sí mismo tan heroico, que verdaderamente tiene
algo de sobrehumano. También esto hay que contarlo
entre sus milagros parisienses.
Salió de París el sábado veintiséis de mayo, a
eso de las nueve de la mañana, y no el
veinticinco, como se afirma en otro lugar 2. Para
evitar contratiempos, no había dado a conocer la
hora de la salida. Al llegar a la estación, dejó
que el secretario sacara los billetes, pasó
inmediatamente al andén y fue derecho al tren.
Pero algunos viajeros, que aguardaban otro tren
que salía más tarde, le reconocieron y se corrió
la voz, de modo que se formó un corro de personas
ante su departamento, que muy pronto llamó la
atención. Tal vez no era totalmente nuevo para
nadie el nombre de don Bosco; a pesar de todo, la
vista de aquel sacerdote tan sencillo y tan
obsequiado picó la curiosidad de los mismos
ferroviarios.
-íEs don Bosco, ése que hace tantos milagros!,
se respondía sin más a quien preguntaba.
Cuando el tren arrancó, aumentaron los saludos
y él, con su sencillez y su gracia, se asomó para
dar las gracias, en la persona de los presentes, a
todos sus conciudadanos. El Siervo de Dios dejaba
en la inmensa capital una larga estela de afecto,
y se llevaba en el corazón los más gratos e
imborrables recuerdos.
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Durante un buen trecho del camino guardó
silencioso recogimiento. Don Miguel Rúa y don
Camilo de Barruel callaban también, inmersos en un
mar de sentimientos, que los mantenían en profunda
meditación. íCuántas cosas vistas y oídas! íQué
laboriosas jornadas! íQué homenajeado por toda
clase de personas había sido su buen Padre!
íCuántos prodigios había obrado por su medio María
Auxiliadora!
1 En una carta del veintidós de mayo el antiguo
diputado notifica a don Bosco que su esposa,
después de tres años de inmovilidad, ha podido ir
a la iglesia dos días antes (Apéndice, doc. núm.
63).
2 En la Vida en dos volúmenes (vol. II, pág.
567).
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