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sencillas y pronunciadas con débil voz y pobre
lenguaje. Muy pocos pudieron captarlas; pero todos
o casi todos, tenían los ojos arrasados de
lágrimas. Rara vez se vio un contraste como el que
ofrecieron aquel día aquellos dos hombres y sus
dos intervenciones>>.
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Después de la ceremonia, la masa del público fue
saliendo;
pero las damas se dirigieron hacia la sacristía,
ansiosas de ver a don Bosco de cerca y de recibir
su bendición particular. Don Bosco contestaba a
sus insistencias con señales negativas. Por fin,
con toda humildad, dijo:
-Yo no puedo dar mi bendición delante de Su
Eminencia; no estaría bien, sería una falta de
respeto.
El Primado de Africa, dándose cuenta de su
apuro, se retiró con delicadeza.
Dramáticamente también, aunque por otro
concepto, finalizó una conferencia, que, sin duda,
tuvo lugar entre el día veintidós y veinticinco de
mayo; pero no sabemos en qué iglesia, o capilla,
pues no se cuidó de indicarlo quien tomó nota del
hecho. Don Bosco habló de María Auxiliadora y
repitió una vez más lo que había dicho y repetido
tantas veces; que él no era el autor de las
maravillas que se le atribuían, sino que debían
agradecerse a María Auxiliadora; Ella, que había
comenzado, seguía incrementando una obra
emprendida para el bien de la juventud; que era la
Virgen quien obtenía las gracias en número
incalculable. Mientras decía esto, se levantó un
señor y pidió la palabra; habló de un pobre padre
de familia, que tenía a su esposa enferma de
hidropesía hacía varios años y a un hijo a punto
de muerte, con los santos óleos ya recibidos.
Describió el corazón de aquel padre desgarrado por
el dolor, después su esperanza en la eficacia de
la bendición de don Bosco y, por fin, su alegría
cuando vio a la mujer y al hijo recobrar la salud
y los acompañó a la iglesia a oír misa.
-Sí, protestó, esta gracia tan señalada debe
atribuirse a la Santísima Virgen, pero a través de
las oraciones de don Bosco.
El Santo escuchaba enternecido; el auditorio
estaba conmovido intensamente. Pero la conmoción
llegó al colmo, cuando aquel señor, rompiendo a
llorar, vertiendo las lágrimas contenidas hasta
entonces con dificultad, exclamó:
->>Sabéis quién es este marido, este padre
afortunado? Soy yo, Portalis.
Antonio LefŠvre-Portalis era un antiguo
diputado del Parlamento Nacional. Don Bosco no
añadió palabra; sino que, cortando su discurso, se
retiró.
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