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sencillo y modesto, sans afféterie, sans pompe,
sans phrases (sin afectación, sin pompa, sin
demasía de palabras).
En aquella casa madre de la Misión, había un
religioso de sesenta y tres años, el padre
Duhlleux, que estaba casi en las últimas. Su
hermano, confiando en el poder sobrenatural de don
Bosco, lo llevó a la enfermería.
-Desearía vivir para ver la prosperidad de la
Congregación, dijo con un hilillo de voz el
enfermo.
-Podrá verla desde otro lugar, respondió el
Santo, que supo, sin embargo, endulzar su
respuesta con palabras de aliento y con su
bendición.
El enfermo falleció al día siguiente 1.
Vivía cerca de los Paúles un prelado muy
popular en toda Francia, monseñor Freppel, obispo
de Angers y diputado por Finisterre. Al ir a
París, cuando se abría el Parlamento, solía
hospedarse en la casa de los Hijos de San Vicente.
Deseaba vivamente tener un encuentro con don
Bosco. Al enterarse el Santo de ello, fue a
visitarlo y sostuvo con él una conversación
privada de una media hora 2.
La impresión, que Monseñor se llevó, debió ser
excelente, puesto que, al año siguiente, como ya
veremos, hizo de él un espléndido elogio en la
Cámara de Diputados.
Don Bosco llevó su deseada palabra a otra
iglesia, singularmente querida por los católicos
franceses y por la nobleza parisiense; a la
iglesia de Santa Clotilde, la Santa que indujo con
sus virtudes al rey de Francia Clodoveo, su
marido, a hacerse cristiano. Habló en ella el tres
de mayo por la mañana, fiesta ((**It16.251**)) de la
Ascensión, después de celebrar la misa. No dijo
nada nuevo, sino que repitió sustancialmente lo
que había dicho en la Madeleine. Acudieron tantos
a oírle que casi se ahogaban. Comulgaron muchos.
La colecta fue abundante. Lo que sucedió después
ya lo hemos descrito 3; también hemos narrado en
otro lugar la aparición de Luis Colle 4.
A la vuelta de su viaje a Lille, que duró del
día cinco al dieciséis de mayo, al día siguiente
de su regreso a la capital, dio una conferencia,
en la amplia iglesia de San Agustín, ante un
auditorio compacto y devoto. Casi hasta acabar
habló de su obra, como lo había hecho
1 Annales de la Congrégation de la Mission,
vol. 94, año 1929, pág. 761.
2 Así se lo atestiguaba a don A. Auffray, en
marzo de 1935, el antiguo empleado que había
acompañado al santo hasta la habitación de
Monseñor.
3 Véase más arriba, págs. 98 y sigs. De las
audiencias dadas en la sacristía se hace mención
en una carta (Apéndice, doc. núm. 60).
4 Véase vol. XV, pág. 87.
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