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Así, pues, precedido y protegido por un grupo
de valientes, avanzaba lentamente hacia el
púlpito, mientras todos los que podían agarraban
sus manos para besárselas. Por fin, apareció allí
arriba y saludó con una ligera inclinación de
cabeza al auditorio; se sentó, y midió con la
mirada aquella masa de gente, que le contemplaba.
Con las fuerzas tan mermadas, con aquel
conocimiento tan rudimentario de la lengua, otro
extranjero, un italiano que no fuese don Bosco, se
habría sentido desfallecer ante tan numeroso y
selecto público, habría soltado del mejor modo
posible cuatro frases recomendando la limosna y se
habría industriado por zafarse cuanto antes de una
situación tan embarazosa. El, por el contrario,
sin perder lo más mínimo de su calma habitual y
con la humildad de quien por amor al prójimo no
hace el menor caso del mal papel, por bochornoso
que éste fuera ante sus semejantes, pronunció un
discurso relativamente largo.
Su voz apagada no llegaba seguramente muy
lejos, y, sin embargo, no se advirtió la menor
señal de protesta o de descontento, como es
natural que suceda en casos parecidos. Hablaba
despacito, pronunciando las palabras de una manera
tan clara que, sin dificultad, se podía escribir
cuanto decía. En efecto, un redactor de la Gazette
de France y algún otro taquigrafiaron fácilmente
todo lo que dijo. Lo traducimos aquí, encerrando
entre paréntesis algunos períodos omitidos por la
Semaine Catholique de París, que lo reprodujo.
Señores,
Estoy profundamente conmovido a la vista de tan
numeroso público y no sé cómo responder a esta
solícita atención. Es una satisfacción indecible
para mí ((**It16.235**)) hablar
a una asamblea tan notable de buenos católicos.
Acerca de la juventud vamos a tratar.
De acuerdo con las palabras de uno de vuestros
más ilustres prelados, monseñor Dupanloup, la
sociedad será buena, si dais una buena educación a
la juventud; si la dejáis caminar al impulso del
mal, la sociedad resultará corrompida. Cuando me
hablan de la juventud, decía un santo sacerdote,
no quiero que me hagan proyectos; quiero ver los
resultados obtenidos. Pues bien, voy a exponeros
con sencillez lo que la divina Providencia nos ha
permitido hacer por la juventud; vuestros
corazones se enternecerán.
Os interesaréis por nuestros pobres huérfanos
abandonados. No sólo queremos mantener, educar e
instruir a todos los que ya hemos recogido;
queremos salvar a muchos más. Antes de explicaros
nuestras obras, os indicaré cómo pienso pagaros mi
deuda.
Por concesión especial del Padre Santo, puedo
daros a todos los aquí reunidos ante el Señor,
para vosotros y para vuestras familias, una
bendición, que lleva aneja la indulgencia
plenaria. Mañana celebraré la misa, según la
intención de todos los que prestan su colaboración
a nuestra obra y, especialmente, de nuestras
caritativas limosneras, del señor cura párroco y
del clero de la parroquia. Pediré al Señor que os
(**Es16.201**))
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