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avergonzado, haciendo un acto de gran virtud, no
resolló por respeto a la persona que le sometía a
tamaña humillación. Era la señora de Cessac,
nobilísima dama, que perteneció a la corte de la
emperatriz Eugenia. Su marido había ocupado
elevadísimos cargos en la época del imperio. Ella
estimaba tanto a don Bosco, que le confiaba todos
sus secretos; y parece que recibió de él muchas
cartas de dirección espiritual. Así se dice; pero
hasta ahora nosotros no conocemos ni una. Para
asistir a las misas del Santo, en París, se
sometía al doble sacrificio de anticipar su hora
de levantarse y esperar a veces horas. Tenía,
además, continuamente su propio coche ((**It16.232**)) a
disposición del Siervo de Dios. Era la noble dama
mujer muy culta y de ánimo firme y esforzado,
trataba regiamente hasta con personajes
distinguidos; mas, con don Bosco, olvidaba toda
etiqueta. También los hijos de don Bosco, cuando
es establecieron en Ménilmontant, podían ir a su
casa en cualquier momento; siempre les dispensó su
generosidad y protección.
La multitud llenaba la iglesia e impedía el
paso por la plaza de los Petits PŠres (Padrecitos)
1, a la que da la puerta principal; cuando don
Bosco salió, todavía estaba interrumpida la
circulación 2.
Muchísima gente, que no había podido entrar en
Nuestra Señora de las Victorias, se aseguró un
puesto al día siguiente en la Madeleine. Esta
iglesia, notablemente más amplia, es la más
aristocrática de París. Suelen ocupar su púlpito
predicadores famosos. Quizás no se hubiera
atrevido don Bosco a hablar desde tan elevado
lugar, si el Arzobispo mismo no le hubiese
inducido. En la audiencia que el Cardenal le
concedió a su llegada, díjole espontáneamente al
despedirle, que hiciera una colecta para sus obras
en la Madeleine, precedida de una conferencia. En
principio don Bosco intentó librarse de hablar
ante un auditorio tan selecto, alegando su escaso
conocimiento de la lengua francesa. Pero
respondióle Su Eminencia:
-íNo, no; hable, hable! París le creerá más a
usted que a otros.
Verdaderamente era ésta una atención muy
delicada y conmovedora, a la que correspondió con
la misma delicadeza, absteniéndose siempre en
París de hacer colectas públicas por su iglesia
del Sagrado Corazón en Roma. Tres obras sobre todo
absorbían entonces las solicitudes pecuniarias del
cardenal Guibert: el templo de Montmartre, la
1 Así había llamado antiguamente el pueblo a
los religiosos agustinos que, en 1629, habían
edificado la iglesia.
2 Uno de los vicarios, que el día de la
conferencia no había podido hablar a su gusto con
don Bosco, le escribió más tarde una carta que
rebosa veneración (Apéndice, doc. núm. 54).
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