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Dios; parecíale entonces presagiar confusamente
que se aproximaba el momento de que iba a
encontrar a quien le haría de guía en la ardua
decisión.
Las primeras palabras del Santo le
impresionaron. Al verle ir a su encuentro, don
Bosco le saludó con estas palabras:
-Hace ya mucho tiempo que deseaba conocerle.
Después de la misa, no sabía separarse de su
lado; le miraba a la cara, observaba sus actos,
bebía ávidamente sus palabras. No hablaron nada
entonces sobre la vocación; pero el Príncipe quedó
cautivado de tal modo por las maneras de don
Bosco, que empezó con él una filial
correspondencia epistolar enviándole frecuentes
limosnas. El primer autógrafo del Santo al futuro
don Augusto, que llegó hasta nosotros, es
precisamente una cartita de acción de gracias,
fechada el 4 de octubre del año 1883. Está escrita
en francés y dice así:
<((**It16.228**))
Nuestros muchachos rezarán y comulgarán conmigo,
según las intenciones del señor Príncipe,
implorando sobre él gracias y bendiciones>>.
Lo volveremos a encontrar junto a don Bosco en
el curso de nuestra historia, antes de que llegue
el día de su ingreso como aspirante en la
Congregación Salesiana 1.
Todo cuanto hemos narrado hasta ahora y lo que
nos queda por contar, parecería sucedido en plena
edad media; en cambio, sucedió en el corazón de
París, en el gran centro del moderno laicismo.
Señal evidente de que el mal no ahogaba en ella al
bien ni siquiera entonces. Don Bosco no juzgó
nunca a la capital francesa a la manera de ciertos
escritores y otros que no lo son, los cuales la
señalan con una especie de deleite sádico, para
aborrecimiento de los buenos, como una ciudad de
perdición. El año 1884 el abate Mourret, de San
Sulpicio, se encontró en Roma con el Siervo de
Dios, hablaron de su viaje a París, y le oyó
exclamar:
-íAh, París, París! íQué imborrables recuerdos
me ha dejado!
íQué población tan buena! íY qué corazones! 2.
Parece que se puede calificar a París de ciudad
de los contrastes. El bien que hay en ella no es
inferior al mal; sólo que, como lo comporta su
misma naturaleza, hace menos ruido y, por
consiguiente, se da menos a conocer. La visita de
don Bosco fue una ocasión que puso de manifiesto
extraordinariamente el lado bueno de la gran
metrópoli.
1 Véase Can. Doctor G. LARDONE, Il Servo di Dio
Principe Augusto Czartoryski, sacerdote salesiano.
Turín, S. E. I. 1930.
2 Bulletin Salésien, junio 1931.
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