((**Es16.187**)
La última vez que le vi fue en casa de la condesa
de Gontant-Biron donde pude hablarle en la salita
de visitas y pedirle que se dignase inscribirnos a
mi marido y a mí en la asociación de cooperadores
salesianos. Pero, después de la última comunión,
me turba de tal modo un pensamiento, que no me
puedo contener si no se lo manifiesto. Por mucho
que mi carta pueda parecerle singular, estoy
convencida de que usted, Padre, por estar tan
lleno como está del espíritu de Dios y leer en las
conciencias, me perdonará si le escribo. Ya sabe
usted que nunca se debe rechazar una inspiración
fundada en principios de fe y de amor divino. Le
han pedido, y yo lo sé, que vaya al Sagrado
Corazón de Montmartre, pero usted siempre se ha
negado porque no quería (y me lo ha dicho el
sábado don Camilo de Barruel) dar motivo para
creer que se formase una manifestación, lo cual
resultaría más perjudicial que útil para la
construcción de un monumento, al que nuestro
actual gobierno se muestra hostil. No sé hasta
dónde puedan influir la política y los miramientos
humanos en una alma como la suya; pero estoy
segura, padre, de una cosa, y es que debe usted
subir mañana a Montmartre, no para atraer a la
gente, pues las masas le absorben ya demasiado,
sino como simple sacerdote, sin notificarlo a
nadie; debe ir para dar gracias al Sagrado Corazón
de Jesús que le ha concedido tantas gracias y
llevarle una ofrenda, aunque no fuera más que una
piedra para la iglesia, como agradecimiento
((**It16.217**)) por
cuanto París le ha prodigado, desde hace algún
tiempo, con tanto entusiasmo. En nombre de todas
las Comisiones católicas y de todas las almas
fervorosas, de las que tengo la suerte de hacerme
eco, le suplicamos suba a Montmartre para rezar y
dar gracias al Sagrado Corazón de Jesús, y rezar
también por todos nosotros. La santa bendición
que, desde lo alto de la cripta de San Dionisio
mártir, dará usted a París, de quien ha recibido
tan calurosa acogida, acarreará, estamos seguros
de ello, beneficio a la ciudad y devolverá a
Francia los sentimientos de fe, de honor y de
caridad que ahora parece echar en olvido>>.
Si don Bosco hubiera tenido intención de hacer
aquella visita, después de la lectura de este
escrito, probablemente la prudencia se lo habría
desaconsejado; por suerte, era inminente la
partida y ya no podía disponer del tiempo a su
gusto. Esto valió para disculparlo.
Se desearon en vano muchas otras visitas en
París y fuera de la ciudad; veamos algunas.
1 Véase LEMOYNE, M. B., vol. VIII, pág. 545 y
sigs. La noticia que aquí traemos está sacada del
diario de la señorita Bethford.
(**Es16.187**))
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