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Una vivísima conmoción se apoderó del
auditorio, impresionado por la admirable sencillez
de sus palabras, y por la irradiación de
religiosidad que emanaba de toda su persona. A la
hora de marcharse, tuvo que trabajar ((**It16.213**)) para
abrirse paso entre el gentío. Uno quería pedirle
algo muy particular, otro reclamaba una bendición,
éste le ofrecía una limosna, aquél anhelaba
besarle la mano o la sotana. Era una escena de
fervoroso entusiasmo, imposible de describir por
quienes fueron testigos de ella. Finalmente, pudo
subir al coche, dejando a toda aquella gente con
la impresión de haber visto y escuchado a un Santo
1.
Se sabe que una enferma bendecida por él empezó
a sentirse mejor enseguida, tanto que pudo
levantarse, tomar alimentos y dormir, lo cual no
conseguía hacer desde hacía ocho meses.
La pérdida del tren ocasionó otro inconveniente
más grave que el primero; pero se consideró que
por una visita de don Bosco valía la pena aguantar
el sufrimiento de cualquier molestia. Cerca de
Versalles está la escuela militar especial de
Saint-Cyr, destinada a formar oficiales para las
diversas armas. Los cadetes, pertenecientes en su
mayoría a familias nobles, habían oído contar a
sus parientes muchas cosas sobre don Bosco, y
querían verle a toda costa. Por medio de una
distinguida persona, rogáronle que se dignase
hacerles una visita. Se disculpó alegando motivos
de imposibilidad; pero, cuando vio una delegación
de cadetes ante él, insistiendo de la manera más
cordial, condescendió. Fijó día y hora: el
veinticuatro de mayo a las nueve de la mañana. Y
así hubiera sucedido de no haber perdido el tren.
Impacientemente le esperaban aquella mañana los
mil jóvenes;
pero pasaban las horas y don Bosco no aparecía;
dieron las doce y nada.
-Sin embargo, lo ha prometido y vendrá,
repetíanse unos a otros.
Y no se cansaron de esperar. Finalmente, a las
dos llegaba. Las audiencias, las visitas, el
horario de ferrocarriles no le habían permitido
llegar antes. Fue recibido con calurosos aplausos.
Se adelantó sonriente por entre aquellos gallardos
jóvenes, hasta que, invitado, dijo unas breves
palabras con la misma familiaridad con que habría
hablado a los muchachos del Oratorio. Cuando
garbosamente ((**It16.214**)) los
saludaba y se disponía a despedirse, pidiéronle
todos a una voz la bendición 2.
1 J. RICHE. Les Augustines HospitaliŠres de
Versailles. Versalles imp. Ch. Cloteaux 1932, pág.
118 y sigs.
2 La educación que entonces se daba allí estaba
inspirada en la religión. El veterano y venerando
monseñor Lanusse, capellán de la escuela, fue por
esto muy benemérito del ejército;
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