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Cuando el Siervo de Dios recorrió el
departamento común de las enfermas, faltaba una
que se había ausentado adrede, y tenía sobrado
motivo para ello. Huérfana de padre y madre, no se
sabía siquiera qué nombre tenía, de modo que había
tenido que ((**It16.203**))
ponerle uno la superiora, llamándola Juana Rayon.
La amputación de una pierna la obligaba a caminar
con muletas, pero esto no le impedía llevar una
vida moralmente deplorable y se dedicaba a
divertirse alternando con malas compañías en los
días de salida. Sucedió, pues, que bajando el
Santo la escalera, que iba del patio interior a la
calle, se encontró precisamente con ella. De
pronto se paró, la miró a la cara y le dijo de
sopetón:
-Usted está enferma, muy enferma, pero que muy
enferma.
Parece que la infeliz fue sorda a la voz de la
gracia que, en aquel momento, llamaba a la puerta
de su corazón. Salió del asilo y acabó
miserablemente sus días en el hospital.
Una jovencita de catorce años, Luisita
Philippe, tenía paralizadas las dos piernas. Al
pasar el Santo delante de ella, hizo un esfuerzo
extraordinario para levantarse y le dijo:
-íOh, si quisiera usted curarme!
-No, hija mía, no. Es mejor que estés aquí. El
Señor lo quiere así. íEstás muy bien aquí!
Preguntada la mencionada religiosa del
Santísimo Redentor, que frecuentaba la casa y nos
dio noticia de aquel encuentro, cómo se explicaba
aquella recusación de don Bosco, contestó:
-Todas nosotras creímos que no quiso obrar el
milagro, porque la muchacha era demasiado
agraciada y con ello podría haber corrido graves
peligros viviendo en el mundo. Esto decíamos entre
nosotras.
Con motivo de la visita de don Bosco al asilo,
habían sido preparadas algunas jóvenes enfermas
para la primera comunión; las damas protectoras
entregaron después a cada una de ellas aquel
retrato del Santo, en el que está arrodillado a
los pies de María Auxiliadora. Estaban entre ellas
nuestras cinco informadoras.
Por la tarde de aquel mismo día, hizo una
visita, que alborotó todo un barrio. Tenía su
tienda en la calle SŠvres un humilde librero,
llamado Josse, conocido desde hacía varios años
por ((**It16.204**)) don
Bosco, con quien se había encontrado en Cannes. El
Univers del cinco de junio hace mención de gracias
particulares y , especialmente, de una curación,
que había encendido en el corazón del matrimonio
Josse una inextinguible llama de agradecimiento.
La colecta para la conferencia de San Sulpicio
había sido organizada por la señora. El Santo, no
pudiendo entonces dar las gracias, como hubiera
deseado, a las
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