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Bosco a ella, se detuvo un instante, miróla otra
vez, y a ella sola, sonriendo intencionadamente.
Las compañeras, un poco enceladas, querían saber
por qué le había sonreído a ella de aquella
manera. Decía la muchacha que lo ignoraba; mas,
por el contrario, reconoció en aquel acto la
respuesta deseada, a saber, que no debía abandonar
aquel lugar. Efectivamente ya no salió nunca, sino
que se hizo religiosa allí mismo y allí vive hoy
en día.
Algunos instantes después, ocurrióle a don
Bosco un caso extraño. Fue a tomar el coche y se
encontró que ya no era el de antes, y que cerca
del mismo había unos señores que, muy corteses y
resueltos, le hicieron subir y le llevaron a casa
de uno de ellos. Una vez allí, se esforzaban con
un sinfín de cortesías por arrancarle predicciones
en torno a próximos acontecimientos públicos; pero
él se mantuvo firme en replicar que había ido a
París para fundar una obra y no para hacer
política. Ellos daban a entender que eran
monárquicos; pero no es improbable que fuese un
ardid de la policía para descubrir, si tenía
intenciones secretas.
Dos cartas, que han escapado a la desaparición,
nos trasmiten el recuerdo de la visita a aquellas
monjas. La primera fue escrita el día siguiente
por una señora, para renovarle la súplica de que
fuera a bendecir a un enfermo en su casa; ya se lo
había pedido con una tarjetita que le había sido
entregada en el Refugio después de la misa 1. La
segunda es más importante. Una monja, al darle la
noticia de la muerte de la madre Courtel en el mes
de diciembre, le dice que se ha cumplido la
predicción que le había hecho a ella. El santo le
había recomendado ((**It16.200**)) que
aceptara de buen grado las espinas. >>Qué
espinas?, se había preguntado la religiosa, que
disfrutaba entonces de la mayor tranquilidad de
espíritu. Pero hacía ocho meses que gemía bajo el
peso de una cruz, que no le dejaba ninguna duda de
que don Bosco, al hablar de aquella manera, había
tenido luces especiales de lo alto 2.
El día cinco salió para Lille, de donde volvió
el día dieciséis. Hablaremos de este viaje en el
capítulo octavo. Aquellas dos semanas de ausencia
no entibiaron lo más mínimo el fervor de los
parisienses hacia él.
Había prometido una segunda visita a Auteuil
por un sentimiento de exquisita cortesía. Se dio
cuenta en la primera de que el abate Roussel
quedaba algo descontento por no haberle podido
hacer en su
1 Véase Apéndice, doc. núm. 36.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 37.
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