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estaba muy interesada en que fuese allí, porque
era muy amiga de la casa, y deseaba que curase
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superiora, madre Courtel, gravemente enferma del
corazón. El santo, por el contrario, hubiera
preferido no hacer tal visita y contestaba a sus
instancias:
-íNo me obligue! Tanto da; no tendría ninguna
buena noticia que darle.
Por fin se rindió; pero, a condición de que,
teniendo que celebrar la misa en una iglesia
pública, hubiese gente para una colecta. Invitaron
a las damas protectoras, las cuales se situaron
delante de la balaustrada. Era primer viernes de
mes y todas comulgaron. Don Miguel Rúa asistía al
Siervo de Dios.
La Superiora cedió al afecto de sus hijas y se
dejó transportar al refectorio de la comunidad,
separado de la iglesia sólo por una pared, de modo
que, teniendo la puerta abierta, pudo oír la misa.
Después de la acción de gracias, fue conducido don
Bosco hacia aquella puerta, atravesando la
iglesia. Al llegar al umbral y ver a todas las
monjas reunidas alrededor de la Madre, dijo:
Requiescat in pace. A lo que contestó la enferma
con acento de edificante resignación: Fiat
voluntas tua. Todas comprendieron el latín y
rompieron a llorar.
Después de un ligero desayuno, pasó el Santo a
las colegialas, a las que también encontró
llorando, pues ya les había llegado la noticia. Se
sentó en un sillón colocado sobre una tarima y
dijo lo primero:
-El Señor quiere mucho a esta casa. Se hacen en
ella buenas comuniones, hay en ella buen espíritu.
Ahora lo que importa es que no se cambie su fin.
Las bendijo, bajó al patio y allí desfilaron
ante él las señoras, que recibieron de sus manos
una medalla de María Auxiliadora y entregaron a
don Miguel Rúa paquetitos de billetes.
La religiosa, que nos daba recientemente estas
noticias, narró también una gracia inadvertida,
pero singular, que creyó haber recibido aquel día.
Era entonces alumna interna y tenía catorce años.
Su madre quería sacarla, pero ella no se decidía a
marchar y, pensando que la probable visita de don
Bosco resolvería la cuestión, rogó ((**It16.199**)) que
esperase ocho días. Mientras tanto se encomendaba
al Señor, pidiendo que le diese una señal para
conocer su voluntad. Llegó don Bosco, la jovencita
recibió de sus manos la santa comunión y notó que
al darle la hostia la miró sonriendo.
-Será una sonrisa de bondad que tiene con
todas, pensó para sus adentros.
Después, ya en la sala, cuando se encaminaba
hacia la tarima, pasando por entre las dos filas
de alumnas alineadas, al llegar don
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