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para que les obtuviese diversas gracias
espirituales, como luces, soluciones de dudas,
liberación de tentaciones, fueron escuchadas, como
lo hubieron de reconocer y certificar sacerdotes
piadosos y dignos de fe>>.
El día dos de mayo por la mañana, lo dedicó a
las religiosas del Sagrado Corazón de Conflans.
Desde los primeros días de su llegada a París, él
mismo les había comunicado con cuánto gusto
celebraría la misa en una de sus tres casas.
Elegida que fue la situada en el bulevar de los
Inválidos, número treinta y uno, junto a la casa
madre, el secretario impuso la condición de que
asistieran solamente las religiosas, las alumnas y
unas pocas personas devotas del Sagrado Corazón y
que no se diera publicidad a su visita. Pero, pese
a todas las cautelas, se agolpó la mar de gente en
el bulevar y afluyeron a él tantos coches, que la
capilla se llenó de personas. Dio la comunión
durante cuarenta minutos y, habiéndole preguntado
después si no se sentía demasiado cansado,
contestó:
-Esta casa está llena de Dios; este pensamiento
me sostenía.
Esta era la idea que había tenido en la mente,
cuando, angustiado por el miedo de que se acabasen
las hostias, abrió el sagrario y encontró en él
otro copón totalmente lleno.
Acabada la misa, le aguardaban, impacientes por
oírlo, las religiosas de las tres comunidades, las
novicias y las educandas. Fue primero a las
religiosas. El secretario arzobispal, que lo
acompañaba, le dijo:
-Padre, aquí está la casa religiosa.
-Entonces, contestó; no es del caso hablar de
conversión, ((**It16.195**)) sino
de santificación... C'est ici que l'on achŠte...
>>Se dice así?, preguntó al secretario del
Arzobispo.
-Mejor se dice on acquiert.
-Aquí se adquiere el verdadero calor, quiero
decir el amor de Dios, y no sólo para sí mismo
sino para llevarlo a otras partes y hacer que
participen de él las almas. Tenemos la fuente en
el Santísimo Sacramento. Propagad esta devoción
que encierra todas las demás, la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús. Tened siempre en vuestra
mente el pensamiento del amor de Dios en la santa
Eucaristía.
Después de contar el episodio de Luis Colle y
Pío IX, siguió diciendo:
-Pero quizás queréis saber quién es el que os
habla. Es un pobre sacerdote italiano, que tiene
una familia todavía más numerosa que la vuestra.
Necesito que recéis por mí, porque, a mis pobres
huerfanitos, les hacen falta tres cosas: una casa
donde abrigarse, la instrucción necesaria y el
pan. Rezad también por nuestros misioneros, que
están
(**Es16.169**))
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