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((**Es16.167**) madres pidióle el sombrero que llevaba en las manos para colgarlo en el perchero y él le recomendó: -íCuidado, y no me lo cambie! Tomó entonces el buen Padre la palabra y dijo para empezar ((**It16.192**)) que le parecía estar con las Hijas de María Auxiliadora, cuyo hábito se parecía al suyo. Habló después de la devoción a la Santísima Virgen y al Sagrado Corazón. Cuando acabó el fervoroso discursito, que duró casi un cuarto de hora, dijo en tono impresionante y haciendo con el dedo de la mano un gesto expresivo: -Vuestra Congregación, vuestra comunidad, ésta, esta comunidad de aquí, crecerá y será el consuelo del Señor y la alegría de los ángeles. íEsta, esta comunidad de aquí! Y, al pronunciar estas palabras, apuntaba con el índice hacia el pavimento y acentuaba la frase: cette communité ici, como él se expresaba, cette maison ici. Para bien comprender la fuerza de su frase, es preciso saber que, poco antes, le habían preguntado acerca de la suerte de una rama de aquella familia benedictina trasplantada a Lourdes. Al recalcar la repetida palabra ici, mostraba que nada tenía que decir sobre la otra comunidad. La actual superiora está convencida del cumplimiento de esta promesa o profecía; en efecto, aún hoy día la casa alberga más de cien religiosas y, desde hace ya treinta años, es en pleno París un foco de fe para muchas almas extraviadas y de piedad para muchas otras deseosas de llevar una vida devota en medio de la alta sociedad. A la familia de Lourdes no le tocó la misma suerte. Le rogó la Superiora que bendijera a las enfermas, a lo que accedió con bondad. Durante aquella bendición pareció a las monjas que su rostro se transfiguró. Bendijo también muchas medallas preparadas expresamente. Una joven profesa, que padecía molestias y dolorosa hinchazón en las piernas a manera de pústulas, pidió en su corazón con fe la curación por los méritos de don Bosco. Su esperanza no quedó defraudada; puesto que, al quitarle las vendas que la cubrían, habían desaparecido todas las pústulas y ya no le volvieron más., aunque el médico afirmaba que le volverían cada invierno. A punto de despedirse de la comunidad, penetró una mujer en la clausura, se echó a sus pies, y comenzó a hablar sin parar. Por fin, díjole don Bosco: -Tome usted, déle ((**It16.193**)) esta medalla y curará. Fueron las únicas palabras que oyó la Superiora, que estaba atendiendo a otra cosa; aprovechando la ocasión le había cortado un trocito de la sotana; y después rogóle con desenvoltura le diese también a ella una medalla, y le dio tres. (**Es16.167**))
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