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casa de Nazaret que solía ser más flexible.
Enteróse de ello la ahijada del Doctor, aprovechó
la ocasión y tuvo suerte, porque el substituto le
prometió llevar a don Bosco a las Benedictinas. En
efecto, hizo tan bien su papel que don Bosco
mismo, habiendo encontrado a la señorita ((**It16.191**)) cuando
estaba en casa de los Lazaristas para dar la
conferencia, le dijo:
-Esta tarde, al salir de aquí, iré a visitar a
una enferma y después iré a las Benedictinas.
En cuanto llegó la noticia a conocimiento del
público, comenzó en seguida la invasión de la
casa, de tal modo que, a duras penas, pudieron las
monjas salvar la clausura. Estuvieron esperando a
don Bosco desde las cuatro hasta las siete y
después, perdida toda esperanza, fueron al
refectorio a la cena, retrasada ya una hora; pero
no pasó un cuarto de hora, cuando corrieron a
anunciarles la suspirada llegada. Circunstancias
imprevistas habían entretenido tanto tiempo a don
Bosco que éste determinó renunciar a aquella
visita, tanto más cuanto que don Camilo de Barruel
había vuelto a ocupar su puesto y se esperaba al
Siervo de Dios a las siete para cenar con la noble
familia De Fougerais, en la avenida Villars. El
padre De Barruel ordenó, pues, al cochero:
-Avenida Villars.
Pero su ayudante, que también había acompañado
a don Bosco recordando su promesa, dijo al cochero
en voz baja:
-Calle Monsieur, número veinte.
Esta fue la orden que ejecutó el cochero. Don
Bosco, convencido de que iban a la avenida
Villars, se extrañó cuando, entrado el coche en el
patio, vio salir a su encuentro sólo religiosas.
->>Dónde estoy?, preguntó.
-En el convento de las Benedictinas.
-íLas Benedictinas!...
Después, como si nada hubiese ocurrido, siguió
diciendo:
-Me han hablado de ellas; aquí me tienen.
Don Camilo de Barruel, contrariado, dijo a la
Superiora:
-A las siete debía estar en casa de los De
Fougerais. Llévenos aprisa adonde está reunida la
comunidad. Dará la bendición desde la puerta y
marcharemos a escape.
Y, al entrar en la sala, recomendaba a don
Bosco que las bendijese desde allí mismo y
volviera atrás. Pero don Bosco, al contemplar a la
comunidad reunida, volvióse a él sonriendo y le
contestó:
-Bien, bien.
Y sin más, fue a sentarse en el sillón
preparado para él. Una de las
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