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El director le presentó a las alumnas,
manifestando su satisfacción al recibirlo en
aquella iglesia, visitada por tantos ilustres
personajes y hasta por el Papa Pío VII. Don Bosco
respondió con pocas palabras y con la lentitud de
quien traduce su pensamiento a una lengua diversa
de la propia, y, además, como nota la cronista,
con el acento propio de los italianos 1. Se oía su
voz aquella mañana bastante bien.
-No soy más que un pobre sacerdote, dijo. Estoy
muy contento al verme en esta iglesia de San
Sulpicio, donde siempre reina la fidelidad a todas
las tradiciones de la fe y piedad cristiana; me
alegro también al saber que el Papa Pío VII, de
tan augusta memoria, vino a visitarla. Este
recuerdo me encanta, porque Pío VII es
salesianísimo por excelencia. Deseo que conservéis
siempre la fe que tanto os anima, y que
perseveréis en la fidelidad a la Iglesia Católica.
Es un augurio no sólo para vosotros, sino también
para vuestros parientes y amigos, para que todos
podáis formar un solo corazón y una sola alma,
según la palabra del Señor. Os auguro
especialmente ((**It16.189**)) que
guardéis siempre la verdadera riqueza, la única
riqueza, la riqueza de las riquezas 2, la pura
riqueza deseable y que debe adquirirse y guardarse
por todos los medios posibles, el temor de Dios,
sin el cual no se disfruta de la amistad de Dios,
pero con el cual gozaréis de su amistad, aquí en
el tiempo, para seguir luego gozándola en la
eternidad. Y ahora, si guardáis en el bolsillo
medallas, rosarios, crucifijos u otros objetos
devotos, basta que los tengáis en la mano para
que, en virtud de una especial concesión
pontificia, queden indulgenciados cuando os dé la
bendición.
Don Bosco llamaba salesianísimo a Pío VII,
porque este Pontífice había introducido en la
Iglesia el culto de María Auxiliadora. Dio después
una bendición especial a los niños que le
presentaron las madres.
La muchedumbre, embargada de reverencia, no se
movió hasta que él desapareció. La cronista lo
describe así: <>.
1 El ya mencionado historiador abate Mourret,
que estuvo presente, escribe en una carta suya a
don Agustín Auffray (París, 4 de mayo de 1931) que
don Bosco silabeaba las palabras en un francés
algo vacilante y con un dulce acento italiano. Una
acta de la reunión reproduce, aunque algo
retocado, el discursito del Santo. (Apéndice, doc.
núm. 34).
2 Aquí la cronista señala la pronunciación y
pone entre paréntesis ricesse (<>).
(**Es16.164**))
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