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Era una hermana de carácter jovial y alegre de
la que nadie hubiera sospechado jamás las espinas
que escondía en lo íntimo del corazón.
Al llegar a la plaza, estaba tan abarrotada de
coches que no era posible cruzarla. Un carruaje le
llevó a la plaza de San Sulpicio; pero esta vez se
dirigió hacia la parroquia. Hay al lado de ésta
una iglesia que tiene su historia. Está dedicada a
la Asunción y se llama iglesia de los Alemanes,
porque en ella se juntaban, durante los siglos
diecisiete y dieciocho, para las funciones
dominicales las numerosas criadas de aquel barrio
aristócrata, procedentes en su mayoría de la Suiza
alemana. Había rezado en ella el Papa Pío VII en
1804, cuando fue a París para coronar el emperador
Napoleón. En ella había abierto monseñor
Frayssinous, a principios de siglo después de la
revolución, el primer curso de conferencias
apologéticas sobre los puntos fundamentales de la
fe cristiana, conferencias que más tarde hicieron
concebir el propósito de ampliar el campo de esta
clase de enseñanza religiosa, trasladándolas al
principal púlpito parisiense en la catedral de
Notre Dame durante la cuaresma; famosas
conferencias todavía en vigor. Más adelante se
había introducido en la histórica iglesia otra
obra, que florecía todavía durante la visita de
don Bosco: eran los catecismos de perseverancia
para señoritas de la alta sociedad. Se ocupaban de
ello los vecinos seminaristas de los cursos
superiores.
La visita estaba anunciada para las diez y
media; pero don Bosco se hizo aguardar una hora.
Para ocupar el tiempo, el abate Sire, que llevaba
la dirección de la obra, leyó algunos pasajes
atrayentes de la vida del Santo en la biografía
del doctor D'Espiney, como por ejemplo la historia
del Gris, el episodio del manicomio, su manera de
comenzar y sostener las fundaciones y algunos
milagros ((**It16.188**))
obrados por él. La lectura despertó en los
presentes un verdadero frenesí por ver a don
Bosco.
Se habían añadido muchas otras personas a las
que acudían a la catequesis; se apiñaban hasta en
los últimos rincones y ocupaban incluso la
escalerilla del púlpito. El ruido de un coche, que
se paró ante la puerta de la iglesia, electrizó a
la gente. Acababan de entonar una canción, pero
todos enmudecieron al instante. <>.
1 Una monja redentorista del convento de
Landser, en Alsacia, que era entonces de las
asiduas asistentes a la catequesis. Ella nos ha
facilitado una copia de esta parte de su diario
(20 de abril y 1.° de mayo).
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