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clase. El Santo llegó a las ocho y media y, poco
después, subió al altar. Leído el Evangelio, habló
de su Obra. Distribuyó la comunión a muchos, con
el mayor orden y recogimiento, a pesar del
agolpamiento. El padre predicador de los
ejercicios 1, al ver tanta gente y creyendo
imposible hacer su sermón, optó por marcharse.
Al acabarse la misa, renovóse el espectáculo
evangélico ((**It16.185**)) de las
masas suplicantes, que se agolpaban alrededor del
Redentor para tocar sus vestidos, pedir la
bendición, obtener una gracia. Muchos lograron
llegar hasta él; pero todos, no. Parecía que las
preferencias de don Bosco eran para los enfermos y
para los jóvenes, a los que bendecía con
particular atención. A eso del mediodía, los
sacerdotes, que nunca se separaron de su lado, lo
libraron del agolpamiento y lo llevaron hasta
donde estaban esperándole las religiosas reunidas.
Allí se sentó en medio de ellas unos minutos;
íverdaderamente lo necesitaba! Díjoles unas
palabras, las bendijo y entregó a cada una la
consabida medalla. Desde el umbral de la puerta
invocó una vez más sobre la comunidad la bendición
de María Santísima.
Se lee en la crónica de la casa:
<>.
El mismo día visitó a las Damas del Calvario,
que tenían en la calle De Lourmel un asilo para
los que padecen de lupus, enfermedad de la piel o
de las mucosas, producida por tubérculos que
ulceran y destruyen las partes atacadas. Estas
damas son viudas seglares, asociadas libremente,
sin votos ni hábito particular, y viven en el seno
de sus familias. De todos los puntos de París
acudían las asociadas al asilo para prestar a los
enfermos sus caritativos servicios. Con su visita
quiso don Bosco honrar la virtud de las generosas
enfermeras.
El día veintiocho, celebró la misa y dio una
conferencia en la Virgen de las Victorias:
hablaremos de ello en el capítulo siguiente.
Una iglesia de París que atraía a don Bosco más
que las otras, era la de Santo Tomás de
Villanueva. Mientras rezaba fervorosamente ante
una imagen de la Virgen, que aún se venera allí
hoy día, el joven estudiante Francisco de Sales
habíase sentido como por ensalmo libre de la
pesadilla de la tentación, que lo impulsaba a
desesperar de su
1 Véase más arriba, pág. 62.
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