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((**Es16.161**) clase. El Santo llegó a las ocho y media y, poco después, subió al altar. Leído el Evangelio, habló de su Obra. Distribuyó la comunión a muchos, con el mayor orden y recogimiento, a pesar del agolpamiento. El padre predicador de los ejercicios 1, al ver tanta gente y creyendo imposible hacer su sermón, optó por marcharse. Al acabarse la misa, renovóse el espectáculo evangélico ((**It16.185**)) de las masas suplicantes, que se agolpaban alrededor del Redentor para tocar sus vestidos, pedir la bendición, obtener una gracia. Muchos lograron llegar hasta él; pero todos, no. Parecía que las preferencias de don Bosco eran para los enfermos y para los jóvenes, a los que bendecía con particular atención. A eso del mediodía, los sacerdotes, que nunca se separaron de su lado, lo libraron del agolpamiento y lo llevaron hasta donde estaban esperándole las religiosas reunidas. Allí se sentó en medio de ellas unos minutos; íverdaderamente lo necesitaba! Díjoles unas palabras, las bendijo y entregó a cada una la consabida medalla. Desde el umbral de la puerta invocó una vez más sobre la comunidad la bendición de María Santísima. Se lee en la crónica de la casa: <>. El mismo día visitó a las Damas del Calvario, que tenían en la calle De Lourmel un asilo para los que padecen de lupus, enfermedad de la piel o de las mucosas, producida por tubérculos que ulceran y destruyen las partes atacadas. Estas damas son viudas seglares, asociadas libremente, sin votos ni hábito particular, y viven en el seno de sus familias. De todos los puntos de París acudían las asociadas al asilo para prestar a los enfermos sus caritativos servicios. Con su visita quiso don Bosco honrar la virtud de las generosas enfermeras. El día veintiocho, celebró la misa y dio una conferencia en la Virgen de las Victorias: hablaremos de ello en el capítulo siguiente. Una iglesia de París que atraía a don Bosco más que las otras, era la de Santo Tomás de Villanueva. Mientras rezaba fervorosamente ante una imagen de la Virgen, que aún se venera allí hoy día, el joven estudiante Francisco de Sales habíase sentido como por ensalmo libre de la pesadilla de la tentación, que lo impulsaba a desesperar de su 1 Véase más arriba, pág. 62. (**Es16.161**))
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