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entonces su mirada bajo las arrugas de la frente y
se encendía su voz, ya algo cansada y gutural 1.
Cuando bajó de la tribuna, mis compañeros se
apretujaron a su alrededor, deseosos de tocarle,
de besarle la mano. Estoy viendo todavía a uno que
cortaba con las tijeras un trocito, creo yo, de su
faja 2 y a otro sacarle y llevarse un pedacito
morado de tela arrancado tal vez del forro del
sombrero. En medio de aquella aglomeración don
Bosco tenía para cada uno una sonrisa, que aún me
parece ver ((**It16.173**)) y se
volvía hacia unos y hacia otros con bondad
extraordinaria y con la mayor sencillez>>.
La impresión que dejó en aquellos seminaristas
no se borró jamás de su mente y contribuyó mucho a
mantener una corriente de simpatía hacia don
Bosco, que todavía perdura en el clero francés.
Entre los allí presentes estaban futuros
personajes como Bourne, cardenal arzobispo de
Westminster; De Guébriant, arzobispo de
Marcianópolis y superior de los Misioneros de la
Rue du Bac; Gibergues, que murió siendo obispo de
Valence; Neveux, obispo auxiliar de Reims;
Ternier, obispo de Tarantasia; Vigouroux y
Mourret, verdaderas lumbreras de las ciencias
sagradas, y otros óptimos eclesiásticos.
Recordando aquella tarde memorable, escribía el
cardenal Bourne:
<>cómo decís vosotros? >>Moneaux,
moneaux?
Y los seminaristas, creyendo que quería decir
gorriones, le sugirieron moineaux, y él aceptó la
corrección. Así lo refiere la carta.
2 Ya hemos observado que don Bosco vestía a la
francesa.
(**Es16.151**))
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