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a don Bosco la posibilidad de hacer una de las
visitas más importantes, por sí misma y por sus
efectos, a saber: la visita al famoso seminario de
San Sulpicio. Son pocos los seminarios con una
historia tan gloriosa como el de San Sulpicio.
Dirigido por una asociación de sacerdotes, fundada
en París por el venerable Olier en 1642, llegó a
ser muy pronto, y se mantuvo hasta nuestros días,
vivero fecundo de ilustres y doctos prelados y de
eclesiásticos insignes por su piedad y celo en el
servicio de la Iglesia. El abate Bieil, Director
del mismo y tenaz cumplidor de las tradiciones, se
informó hasta el más mínimo detalle sobre las
modalidades y honores a rendir en el recibimiento
que debería hacer a don Bosco.
-No es obispo, decía, no es prelado... >>Qué
hacer, pues?
El cardenal Guibert le contestó:
-Recibidlo con todos los honores posibles. Nada
será demasiado para sus méritos.
Don Bosco fue el día veintitrés de abril por la
tarde; pero la espera fue muy larga, y esto causó
retraso en la hora de la lectura espiritual, de la
cena y del descanso, ((**It16.172**)) algo
absolutamente inaudito en aquel inviolado sagrario
de la tradición 1. Entró con aire de serena
modestia, subió a una pequeña tribuna, dirigió a
los futuros sacerdotes un discursito,
desarrollando el pensamiento contenido en el
elogio evangélico de San Juan Bautista: Erat
lucerna ardens et lucens (era lumbrera que arde y
brilla). Les explicó cómo el sacerdote debe vivir
una vida ardorosamente interior para poder
iluminar en su derredor a los otros, y repitió su
aforismo, de que un sacerdote no va solo al
paraíso ni al infierno 2. El abate Clément,
Director de la escuela Fénelon, escribía sobre
aquel sermoncito de don Bosco 3:
<(**Es16.150**))
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