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superstición explotada para exclusivo provecho de
los curas, el ateísmo un derecho del hombre, la fe
en lo sobrenatural algo inconciliable con la
libertad y con el progreso del espíritu humano y
así sucesivamente. El autor, que había sido
Ministro en 1881 y 1882, era uno de los mayores
corifeos del anticlericalismo de Gambetta; por eso
lo sostenía el gobierno masónico, denunciando ante
los tribunales a obispos y párrocos, como reos de
desobediencia a la autoridad del Estado. Hasta
cuatrocientos, pasando por alto toda formalidad
judicial, sin examen, expediente, defensa, ni
sentencia, fueron ((**It16.154**))
condenados tras simples denuncias. Jovencitos de
familias católicas, cuyos padres habían arrancado
de sus manos el manual, eran expulsados de las
clases por tiempo indefinido y, después de una
semana, sin otro aviso, recibían sus padres la
intimación de comparecer ante la Comisión escolar
como responsables de la ausencia de los hijos de
la escuela y eran condenados a veinticinco francos
de multa con la amenaza del correccional.
Al oír que don Bosco estaba informado, dijo
aquel señor:
-Pues bien, yo soy Pablo Bert.
->>Usted, señor? >>Y en qué puede servirle el
pobre don Bosco?
->>Qué dice usted de mi libro?
Don Bosco miró fijamente un momento a su
interlocutor y, después, le contestó con gravedad:
-Sólo puedo decirle que ha sido prohibido.
-Pues yo vengo a usted para que me diga qué hay
de malo en este libro.
-No lo he leído.
-Pues bien, aquí lo tiene, léalo, escriba al
margen las correcciones y le prometo que las
tendré en cuenta para una nueva edición.
->>Habla usted en serio o de broma?
-Hablo en serio. Puedo reimprimirlo en cuarenta
y ocho horas.
-Déjeme el libro y veré qué hay que hacer.
-Sólo le recomiendo una cosa: que nadie sepa
nada de mi visita. Esta noticia levantaría odiosos
comentarios en la prensa y en el Parlamento.
-Esté usted tranquilo, no se cometerán
indiscreciones.
Pablo Bert estrechó la mano a don Bosco y
salió. Don Bosco remitió el libro al párroco de la
Madeleine, puesto que él estaba ocupado de la
mañana a la noche con las continuas audiencias y
no podía leerlo. El párroco, dada la importancia
de la obra, se dedicó con urgencia al ímprobo
trabajo y, en pocos días, dejó el libro lleno de
tachaduras y correcciones. Volvió el autor a
hablar con don Bosco,
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