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junio se debía ver su causa, y se encomendaba
encarecidamente a él por el éxito de la misma.
-Pero, señora, >>qué puedo hacer yo?, le
preguntó don Bosco.
-Usted puede librar a mi hijo; basta que usted
quiera.
-Yo no soy de ningún modo la omnipotencia de
Dios.
-Sí, sí, usted puede lo que quiere. Se lo
ruego, se lo suplico... con toda mi alma.
-Si yo estuviese en Italia, tendría personas
conocidas, a quienes recomendar el asunto; pero
aquí no conozco a nadie.
-Se lo suplico, tenga compasión de una pobre
madre.
((**It16.148**)) -Pues
bien, diríjase al Señor y haga cada día, hasta tal
fecha, esta y estotra oración.
-Sí, sí, lo haré.
-Y yo rezaré por ustedes.
-íAh! Sí; obténganos la gracia de que nuestro
hijo salga libre y absuelto.
-Pero no basta una oración; hace falta algo
más.
-íDiga, diga!
-Una buena confesión y una buena comunión.
-Sea; hace ya treinta años que no me confieso;
pero prometo hacerlo, eso y cualquier otra cosa
que quiera aconsejarme.
-Una cosa más; en adelante sea usted
practicante.
-Lo seré; se lo prometo.
-Si es así, no se preocupe y confíe en Dios.
Tomó el santo unas medallas y le dijo:
-Esta para usted.
Después le entregó otra y añadió:
-Esta para su hijo.
Y aun le dio una más, sin decir nada.
Aquel silencio impresionó a la señora; un
pensamiento misterioso le hizo reflexionar que a
don Bosco no se le ocultaba nada. Le pareció que
conocía el número de personas que componían su
familia y por eso le había dado tres medallas. En
su casa no había más que ella, el hijo y el marido
y éste tampoco se acercaba a los sacramentos desde
hacía muchos años. Con estos pensamientos volvió a
su casa: la esperanza le ensanchaba el corazón.
Apenas entró en ella, llamó a su marido, le
describió la visita, le habló de las oraciones y
de la confesión y, después, le dio la medalla,
diciendo:
-Esta es para ti. No me lo ha dicho, pero es
para ti; don Bosco es un santo y ha conocido que
la necesitabas.
Tanto dijo que el marido exclamó:
(**Es16.131**))
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