((**Es16.127**)
<>.
Finalmente, llegaron a la sacristía. Don Bosco
le hizo arrodillarse ante una estatuita de la
Virgen y, estando ((**It16.143**)) de
pie, rezó con él un padrenuestro y una avemaría,
añadiendo algunas oraciones; después le dio una
amplia bendición <>, aplicó unos instantes la
derecha a su garganta y se revistió para la misa.
Don Andrés Mocquereau asistió a ella y salió
después de allí con mucha paz y alegría en el
corazón.
No le desapareció totalmente el mal, ni tuvo ya
en adelante mucha voz; pero siempre le bastó para
el trabajo que le confió la Providencia. En
efecto, fue casi hasta el fin de su larga vida
maestro de capilla en Solesmes, y se prodigó,
además, por todas partes en reuniones y congresos,
llevando denodadamente la cruzada en favor de las
genuinas melodías litúrgicas. Se cumplieron
también los deseos de las dos señoritas, que
tomaron el velo y profesaron la regla de San
Benito 1.
En general, los hechos prodigiosos acaecían
lejos de las miradas del público o eran aplazados
para una ocasión futura; alguna vez, sin embargo,
no faltó la publicidad. Un día le llevaron un
hidrópico monstruosamente hinchado; parecía que no
le quedaba mucho tiempo de vida. Don Bosco lo
recibió en la sala de audiencias, lo bendijo y el
efecto fue inmediato; el enfermo perdió la
hinchazón al instante, y quedóle la piel sobre el
cuerpo tan arrugada que daba la impresión de un
pellejo vacío. La gente, que lo había visto entrar
en brazos de sus acompañantes y lo veía salir por
su propio pie, se resistía a creer que fuese el
mismo individuo.
-íY, sin embargo, soy yo!, repetía el
agraciado, tan extrañado
1 Bulletin Salésien, marzo de 1930. Hemos
sacado gran parte de estas noticias de tres cartas
de don A. Mocquereau, comunicadas después de su
muerte al Director del Boletín francés; dos de la
hermana en 1930 y una en 1934 de un benedictino de
Solesmes. Aquellas aparecieron en el Bulletin
(marzo 1930), y ésta es inédita (Apéndice, doc. 25
A-B-C).
(**Es16.127**))
<Anterior: 16. 126><Siguiente: 16. 128>