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((**Es16.126**) le ayudó a subir. Hubiera preferido estar a solas con él; pero se resignó a la inevitable compañía del secretario, el cual, adivinando su apuro, se apresuró a decirle cortésmente que no le causaría molestia, pues estaba obligado a guardar el más riguroso secreto. Tan pronto como el caballo arrancó, don Andrés Mocquereau entabló la conversación; empezando por el primer fin de su viaje. Don Bosco lo escuchaba con los ojos cerrados y contestando siempre: Bien, bien. Cuando terminó, le dijo: -En la sacristía de la capilla de las Religiosas le bendeciré y le daré una medalla y después rezará cada día tres padrenuestros, avemarías y glorias con la invocación: María Auxilium Christianorum, ora pro nobis. ->>Y el próximo domingo, añadió el monje, tendré que probar a cantar la misa? -íSí, contestó mirándolo sonriente, pruébelo, pruébelo! Pasó enseguida el monje al otro asunto, entregándole una carta de la señorita; pero, como leyera con dificultad, don Andrés Mocquereau pidióle licencia para leérsela él, lo cual ((**It16.142**)) hizo con vehemencia, subrayando las sílabas donde se hablaba de la fecha impuesta y de los obstáculos invencibles, y añadiendo algún comentario. Terminada la lectura, suspendió el secretario el rezo del breviario, y acercó el oído a don Bosco mirándole fijamente. El Santo sonrió con la mayor tranquilidad, pero no abrió la boca. Entonces el monje insistió para recabar una respuesta y él, con mucha calma, le dijo: -Espere, espere. Tengo que rezar, tengo que rezar al Señor. Después de un instante volvió a tomar la palabra: -Diga a esa persona: a quien diere le será dado. Es preciso que antes haga ella muchas obras de caridad. Y, después de un breve silencio, siguió diciendo: -No es necesario que dé nada a don Bosco. Hay muchas otras obras, todo un mare magnum; huérfanos, misiones, etc. Que ella dé y se le dará; y, mientras tanto, que rece las oraciones que tiene que rezar usted. Le daré una medalla para que se la lleve. Don Andrés Mocquereau era precisamente portador de cincuenta mil francos para don Bosco de parte de la señorita. Habían transcurrido de veinticinco a treinta minutos, para un trayecto de diez o quince. Encontraron la calle de la Chaise atestada de vehículos, coches de alquiler y particulares. Un denso gentío llenaba el patio de las religiosas. Cuando don Bosco se apeó, todo el mundo se abalanzó hacia él; unos le hacían tocar medallas y rosarios, otros gritaban por todas partes para recomendarle intenciones o enfermos. (**Es16.126**))
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