((**Es16.125**)echó
éste inmediatamente a sus pies pidiéndole su
bendición, que él le dio con la fórmula de
costumbre. Agradecióle el monje el favor de
aceptarlo en el coche durante el trayecto. Y
contestó el Santo:
-Bien, bien; partamos.
Don Andrés Mocquereau describe en los términos
siguientes a la hermana su primera impresión: <>.
Ya a punto de salir, corrió el secretario a
comunicarle que había gente en la escalera, pero
que no debía pararse, porque llevaban retraso.
Pero nada más salir, se plantó delante una señora
y don Bosco se paró a escucharla con verdadero
interés. Más abajo encontró unas veinte personas,
entre ellas una joven, que le dijo:
-Padre, cúreme. De las veinticuatro horas, me
toca pasar dieciocho en cama.
-Arrodíllese, le contestó.
Arrodillóse la mujer en un peldaño y don Bosco,
de pie a su lado, rezó un padrenuestro, avemaría y
gloria y la bendijo. <>.
((**It16.141**)) En el
peldaño siguiente, una madre le presentó a dos
hijos, de catorce y dieciséis años, que él bendijo
poniendo y apretando fuertemente la mano sobre la
cabeza de ambos. Más abajo se acercó una señora al
monje y le dijo:
-Veo que usted va con él; tenga a bien decirle
que acepte mi coche, yo soy la Señora tal.
Evidentemente le contestó que él no podía hacer
nada. En conclusión, para bajar hasta el pie de la
escalera, tardó veinte minutos, detenido en cada
peldaño por hombres o mujeres suplicantes.
Aquí el joven benedictino, con la mente siempre
fija en la inminente conversación, se acercó al
cochero de la carroza ya designada y le dijo al
oído:
-Ya sabe usted que vamos a la calle de la
Chaise, a las Damas del Cenáculo. Vaya despacito;
cuanto más tiempo tarde, mayor será la propina.
Dicho esto, volvió junto a don Bosco, que
estaba todavía en el último peldaño y haciéndole
barrera con su cuerpo, lo llevó al coche y
(**Es16.125**))
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