Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es16.121**) andrajosa, con un niño en brazos, agotado y moribundo. El rostro descolorido de la madre, envuelto en un pañolón de tela indiana y su mirada encendida por un ansioso deseo enternecieron a los presentes, que, penetrados de respeto ante aquella personificación de la miseria, se apretaron para dejarle pasar. La señorita Bethford le abrió al momento la puerta; pero acababa de cerrarla, cuando asomó la verdadera Martimpré. La portera se lamentó del engaño a la vieja, pero ésta se disculpó diciendo que había creído hacer un acto de caridad, porque aquella desdichada había llegado a pies descalzos desde la Bastilla para que <> bendijera a su hijo. En aquel instante, salía la pobrecita colmada de júbilo: don Bosco había bendecido a su enfermito, prometiéndole que viviría. Fue aquella una tarde realmente tempestuosa. Las valientes porteras no sabían cómo arreglárselas; no había un palmo libre desde el patio a la biblioteca y, sin embargo, para guardar el orden había que tratar con guantes a la gente, pues había que vérselas con un público selecto. Pero selecto o no, no había sitio para todos en la antesala ni en la sala, de modo que muchos altos personajes tenían que esperar en el rellano y en los peldaños de la escalera. Viéronse entonces sentadas en los escalones, rendidas de cansancio, las primeras damas de Francia, como las Rohan, las Rozenbau y las Frencinet. Ya al atardecer, la señora de Curzon conquistó una silla junto a la puerta del descansillo y se sentó en ella para poder decir una palabra a don Bosco cuando saliese. Cuando llegó el momento, se abrió la puerta, la gente se abalanzó por aquella parte sin miramientos ni discreción alguna. La señorita Bethford alargó los brazos para proteger a don Bosco y a la señora Curzon; pero el ímpetu la arrolló. ((**It16.136**)) Gritó entonces desesperadamente llamando al secretario en su auxilio. Acudió éste a toda prisa y contuvo la avalancha. Una señora prefirió caer al suelo antes que retroceder. El pobre don Bosco no podía dar un paso; pero, en medio de la batahola, la de Curzon se consideraba feliz por haber recibido una buena bendición, mientras se ayudaba a la caída a levantarse; también se alegraba por haber oído una buena palabra del Santo. Una Marquesa, que estaba aguardando con el coche en el patio, abrió ella misma la portezuela e invitó a don Bosco a subir, diciéndole que le llevaría adonde quisiera. Don Bosco le contestó: -Se lo agradezco. Le deseo cien coches para ir al paraíso. Los ejercicios de las religiosas y el viaje de don Bosco al norte acabaron con aquel batallar de cada día. El día veintiuno de mayo volvió por última vez al palacio de la señorita Sénislhac. Fue una tarde bastante tranquila. Al entrar, saludó a la señorita Bethford, y le (**Es16.121**))
<Anterior: 16. 120><Siguiente: 16. 122>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com