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parte del señor Sakakini, cónsul general del
((**It16.134**)) Sha de
Persia, que pedía una visita de don Bosco para su
señora, enferma desde hacía más de dos años.
Después del día treinta, las religiosas
recobrarían por fin su tranquilidad, porque tenían
que comenzar los ejercicios espirituales. Escribe
la cronista: <>.
Aquel día don Bosco llegó tarde. Lo rodeaba
tanta gente en la calle que para ir, desde la casa
rectoral de la Madeleine, hasta el palacio
Sénislhac, es decir, del número dos al
veintisiete, tardó hora y media.
Estaba rendido y pidió de beber. La señorita
Jacquier le preparó a toda prisa una mezcla de
agua tibia y málaga.
Al atravesar el patio, le habían presentado un
niño enfermo acostado en un coche. Don Bosco lo
miró y dijo:
-Si don Bosco estuviese solo, haría caminar al
muchacho, pero hay demasiada gente. Andará el día
de la Asunción. Si, para entonces, estuviese
todavía en cama, escriban a don Bosco diciéndole:
-Usted, don Bosco, no sabe rezar.
Los primeros que recibió fueron dos sacerdotes,
el padre Chauveau y el abate Lebeurrier, que se
arrodillaron devant le saint con impresionante
humildad. Esta última observación es también de la
cronista.
Durante las audiencias, se desarrollaron las
acostumbradas escenas dramáticas. Fue la señorita
Bethford a dar un recado a la señorita Jacquier y
oyó un rumor en la biblioteca; lo advirtió también
don Camilo de Barruel, que momentaneámente
sustituía a la señorita. Sospechando ambos una
irrupción por el lado de la antesala por una
puerta habitualmente cerrada, se asomaron al mismo
tiempo a la biblioteca por los lados opuestos. No
se habían equivocado; unas señoras habían entrado
en ella, forzando la puerta. Sordos a sus súplicas
las obligaron a salir al instante; pero, una,
puesta de rodillas ante ellos, les suplicaba con
las manos juntas que la dejasen quedarse allí,
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tanto insistió que lo obtuvo. Después, antes de
alejarse, el padre de Barruel ordenó que se
atuviesen a los números, excepto (siguió diciendo
en alta voz para que todos lo oyesen) la señora de
Martimpré, que debía ser admitida enseguida.
>>Qué sucedió? Apenas él se fue, gritó una
vieja mujer de pueblo:
-íLa señora de Martimpré!
Y, así diciendo, empujaba hacia adelante a una
joven descalza,
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